Por: Félix Cesario*
Fue en el otoño de los años ochenta. Y, fue en el segundo piso del edificio tres, en la Facultad de Ciencias Económicas, en donde funcionaba para ese entonces, la Escuela de Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
Así como lo conocí en aquel ayer, por problemas profesionales, en defensa de la injusticia nos hemos encontrado hoy, en los tribunales. No sé si es una mala broma del destino pero lo he vuelto a ver, con la misma camisa y, en su bolsa izquierda su lápiz de “a lempira”.
Conserva la misma sonrisa de un niño grande, temeroso de reírse a carcajadas. Viste el mismo pantalón, calza los sencillos zapatos, mismo portafolio y papeles bajo su brazo. El mismo maletín negro de otros tiempos. Así ha transitado por los años con su dignidad y su humilde estampa de abogado de los desheredados ante la medusa de la injusticia nacional.
Se hizo abogado no para “hacer dinero” ni acumular capital, sino para multiplicar el tesoro inagotable de la honradez y de la dignidad.
Hace unos días, por medio de la prensa y periodismo amarillista TERRORISTA-MILITAR y gubernamental, me enteré y no me asombra que mi amigo Laureano, es propietario de una modesta vivienda en la popular Colonia 21 de Octubre, de esta marginal Tegucigalpa, en el Noroeste de la capital de esta república de lo puerco.
Vi como mancillaban su sencilla vivienda, seres enrabiados de poder, cancerberos del sistema. Y vi como mi amigo salía entre sus ademanes moderados entre los delincuentes encapuchados, con su eterna sonrisa de niño. Y sin presentarle ninguna orden judicial que sustentara su detención. Desde ahí está viciada la misma y de esta manera arbitraria se lo llevaron al confín del atlántico, sin saber para qué. Se le acusa de Falsificación de Documentos Privados, de acuerdo a un susurro cómplice del Ministerio Público (MP), pero quienes lo conocemos –de años- éste es un intento, un invento la injusticia de inventarle cargos quizá, ya no sustentados basados en materia penal.
Pase lo que pase, sea la decisión de poder, cualquiera que sea el veredicto de los buitres del Poder judicial, jamás me quitarán el derecho que tengo de conocer la dignidad de Laureano Carbajal. Que bufen y destilen veneno el nido de culebras judiciales, yo conservaré el criterio que guardo desde aquel otoño lejano, el sólido concepto que conozco de un amigo.
Por los demás y, buscando en la orden superior que ataca a mi amigo, no hay que desligarla de los O-mares de la Rivera que conectan con la intolerancia universitaria. Las coincidencias no existen, solamente el odio y los prejuicios.
¿Verdad, Doña Cicuta?
*Poeta, Periodista, Ex Catedrático de la Escuela de Periodismo UNAH e histórico defensor de DDHH.