El pasado primer viernes de este mes de diciembre, el Cofadeh pidió públicamente al representante de la ONU en Honduras, el señor Igor Garafulic, que pusiera fin a la pantomima del diálogo político promovido por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, tras el fraude electoral.
El economista y político chileno, finalmente escuchó. Y dio por concluida la farsa el miércoles 12 de diciembre, casi once meses después que las Naciones Unidas lideró esa estrategia perversa de Washington.
“Hoy ha concluido el diálogo político, ha concluido sin acuerdos. Hay 169 consensos que pudieron haber escalado a la categoría de acuerdos políticos, pero eso no se dio…”
Eso dijo con extraño entusiasmo el representante del PNUD en Tegucigalpa, quien todavía cree con ingenuidad que el Congreso Nacional de la Cárcel de Támara discutirá esos 169 consensos, que no sirven para nada.
En realidad era muy desagradable escuchar el relato somnífero de Ebal, de Salvador y de la teniente Fulton alrededor del diálogo, mientras el país seguía en declive social, moral, económico y político a causa de la herida mortal que produce el crimen organizado desde las entrañas del Estado.
El argumento del Cofadeh, el mismo de muchísimas organizaciones que sabían el objetivo perverso de esa distracción, es que el mecanismo del diálogo es un instrumento de manipulación colectiva utilizado para afianzar el modelo de fuerza, esencialmente golpista, nítidamente neoliberal, propio del crimen organizado en Honduras.
Es la misma estrategia adoptada después del golpe de Estado con Oscar Arias, John Biehl, Eduardo Stein y los mandaderos de oficio de nuestro patio de sobra conocidos como lame botas. Diálogos que llevan diez años consolidando el golpismo miserable que expulsa a nuestro pueblo.
Como bien lo ha expresado Radio Progreso en las últimas horas. El propósito era pacificar el país y consolidar la dictadura. Y así lo ratificó el emisario del impostor, el pastor Ebal Díaz. “No impora salir sin acuerdos, el diálogo ha sido beneficioso para el pueblo hondureño porque hizo que los niveles de confrontación disminuyeran”.
Ahí está. Ese es siempre el propósito perverso. Desde el momento que el autor de la crisis política se convirtió en el principal convocante, el fracaso estaba garantizado porque era imposible llegar a consensos sobre la ilegalidad de la reelección, el fraude electoral y los asesinatos cometidos por las fuerzas armadas del Estado.
Estamos de acuerdo con la anterior afirmación y la que sigue del consejo editorial de la emisora jesuita que transmite desde El Progreso, Yoro. Los resultados de este circo político perverso “son muy positivos para Juan Orlando Hernández: la oposición está dividida y debilitada, la población está desmovilizada, y los criminales siguen conduciendo el Estado”.
Pero también seguimos en pleno acuerdo que el año 2018 cierra con la mayor pérdida de legitimidad para el impostor que gobernó el golpe desde el período de Porfirio Lobo hasta nuestros días, agazapado como cadete del Pentágono.
Las caravanas de migrantes muestran al mundo el fracaso de esta organización criminal bipartidista, que produce violencias, hambre y corrupción, y que ha creado un nuevo barrio de narcos asesinos en Estados Unidos, incluyendo la marca del propio hermano, el nuevo vecino de los más fuertes de Centroamérica, el TH.
Está bien dicho. Esta realidad muestra al mundo que la lucha de JOH contra el narcotráfico es pura paja; y que el testimonio de Fernando Suárez, antiguo contador de la difunta hermana, ubica al coyote líder de la manada como el jefe de las estructuras criminales que saquean el Estado hondureño.
Por eso mismo esta semana, el Cofadeh junto a las plataformas y convergencias sociales salió a presentar denuncia de ampliación de cargos al impostor en los ministerios públicos de las principales ciudades de Honduras.
Y por eso mismo, nos sumamos también al llamado de unir fuerzas todos los actores políticos, sociales y económicos, para presionar hasta lograr la salida de Juan Orlando Hernández.
En ese objetivo, como bien ha explicado el sacredote Ismael Moreno, es el único en el que necesitamos coincidir ahora.
Muchas son las heridas que están desangrando al pueblo hondureño y cualquier posibilidad de sanarlas pasa por recuperar la institucionalidad. Y debemos recuperarla para asegurar que nunca más nuestra historia se sintetice en un narcocorrido, como creativamente lo han cantado los Polirrateros del norte allá en El Progreso, Yoro.