Tegucigalpa.- Antes del amanecer siempre la oscuridad es más intensa, precisamente para darle paso al alba del nuevo día que asoma en el infinito plena de luz.
Pero el viernes comenzando agosto — el mes internacional contra la desaparición forzada – el sol no salió en la Plaza La Merced; agazapado, tuvo razones para permanecer oculto a lo lejos.
Las viejas mantas con rostros de seres inmortales desaparecidos por el Estado entre 1979 y 1992 temblaron de ausencia. Permanecieron quietas en los muros del Cofadeh, no salieron a la plaza.
La mañana del 2 de agosto Alba Rodríguez no llegó como cada primer viernes de mes para acompañar a su madre Albertina, quien había entregado en sus manos la antorcha en 2014.
La luz de esta niña-joven-mujer se apagó como su madre sin abandonar nunca la búsqueda interminable de su hermana Luisa Socorro Rodríguez, desaparecida el 2 de julio de 1984.
Alba cesó de respirar a los 64 años.
“Hoy no hubo llamada para reconfirmar el plantón en la plaza La Merced, Albita nos llamó para confirmar nuestra presencia en su despedida al sueño eterno”, dijo Nohemy Pérez, quien recibía generalmente sus llamadas los viernes de plantón.
La partida de Alba no significa el fin de la reclamación por la verdad y la justicia en el caso de su hermana Luisa Socorro, pero representa un vacío. A la plaza de los pañuelos blancos le faltará la sonrisa de esta mujer valiente.
Alba se lleva un gran poco de esta alegría que a veces nos llena el alma, pero nos hereda su confianza en el castigo a los responsables, del modo que sea, y nos anima a nunca perdonar a los criminales si nunca dicen la verdad y si nunca se someten a la justicia.
A su familia le decimos, como ella siempre ha dicho: sigamos, que esto no termina aquí.