Al inicio de la última semana de septiembre tenía lugar en Estados Unidos la asamblea general de la ONU por la paz, bajo el nombre del inmortal luchador africano Nelson Mandela.
Honduras estuvo representada en el gran salón de la ONU en Nueva York por un impostor que habló casi al vacío.
En el evento, mientras el lamentable presidente estadounidense producía risas, el lamentable impostor hondureño vaciaba la sala con un discurso incoherente, impensable, ridículo.
Haber llegado hasta la asamblea general de naciones unidas a promover una fórmula universal de reducción de la pobreza desde el país más desigual de América, empobrecido por los corruptos y los violentos, era sin duda una tontería. Y no sólo un atrevimiento irresponsable.
La CEPAL y muchos otros centros de estudio de la desigualdad y la pobreza, coinciden que Honduras decrece, muere lentamente en manos de quienes la destruyen en nombre de la democracia.
En los últimos 15 años alrededor de un millón y medio de hondureños atravesaron ríos, océanos y muros de granito para huir del desempleo y, particularmente, de la violencia generada por el Estado, que es hoy una banda organizada de delincuentes. Se fueron huyendo del horror.
Haber utilizado el gran púlpito de Nueva York para preguntar por el número de tazas diarias de café que los diplomáticos beben, para promover el consumo de los frutos de este monocultivo quizás el más devastador de las partes altas de Honduras donde nacían las fuentes del agua dulce, es triste. Y es más triste aún porque ese discurso era pronunciado en el mismo momento que los desesperados productores de café piden acceso a sus fondos de retención. Piden que la dictadura no les robe su dinero.
Pero en esto que sigue hay consenso, lo más impactante sin duda, lo más escalofriante, es el pedido que Juan Orlando Hernández hace a las Naciones Unidas para reconocer las maras 13 y 18 como los nuevos violadores de derechos humanos en Honduras.
Un pedido que confiesa literalmente el fracaso total del partido liberal y el partido nacional, junto a todo ese montón de militares y policías que se tragan el presupuesto nacional. Un pedido que, además, confiesa ignorancia y absoluta mala fe.
Aquí no hay ninguna lucha contra maras y pandillas, ni contra los carteles del crimen organizado, porque las maras y pandillas y los carteles, son los mismos grupos oficiales que asaltaron el Estado en 2009 y que se mantienen en control gracias al respaldo del gobierno de Estados Unidos.
Como han dicho casi todos los análisis serios de esta semana, ese discurso de Hernández avergüenza la nación. Y debe ser seguido muy de cerca por la propia ONU a fin de impedir su manipulación perversa, que impactará sobre la seguridad y la vida de las personas defensores de derechos humanos.
Afortunadamente esta semana ocurrió un hecho trascendental. La Corte de Justicia tuvo que acatar la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que ordena la restitución a sus cargos de cuatro jueces que habían sido despedidos por oponerse al rompimiento constitucional de 2009, que ese poder del Estado avaló cobardemente.
Como ha expresado el reconocido abogado Joaquín Mejía, “esta sentencia representa una victoria moral y jurídica no solo para la magistrada Flores Lanza y los jueces López Lone, Barrios y Chévez de la Rocha, sino también para todos aquellos funcionarios y funcionarias judiciales que valientemente cumplieron con su deber de defender la Constitución y los derechos de la ciudadanía”.
Y al mismo tiempo – analiza el abogado Mejía – la sentencia representa una bofetada ética para aquellos y aquellas que se plegaron al poder de facto, que guardaron silencio y se convirtieron en cómplices y victimarios de los crímenes cometidos. Mínimamente deberían sentir vergüenza”.
¡Duro contra ese silencio esta noche, y todas las noches y días, y a seguir el litigio internacional, que nos permita probar los hechos y procurar la justicia, siempre.
Editorial Voces contra El Olvido, sábado 29 septeimbre de 2018