QUE EL JUICIO NO NOS ENJUICIE

0
370


La primera semana de argumentos, interrogatorios y contrainterrogatorios entre las partes, ha llegado a su fin. Pero el juicio al ex dictador hondureño Juan Hernández continúa.

Lamentablemente estos primeros cuatro días de audiencias han sido en términos mediáticos una exhibición de fuegos artificiales para desviar la atención sobre el acusado y sus patrocinadores.

El relato judicial debía mostrar a Juan Orlando Hernández como líder de una conspiración violenta para introducir miles de toneladas de cocaína a los Estados Unidos.

El relato mediático debía contrastar las relaciones de Juan y su hermano con los capos nacionales y con el Chapo, cuyo dinero sangrante fue utilizado para comprar electores. Para corromper el Estado de Honduras. Arruinar las instituciones con pleno conocimiento de Washington.

Pero la matriz de las élites locales contribuyentes a la dinastía del crimen organizado es otra, aparece planificada en coordinación con el acusado, su familia y tal vez sus think tanks.

En los medios que amamantaron esa dictadura, el balance del juicio es destacar las menciones de miembros de la familia Zelaya con cargos en el gobierno actual.

Desde nuestra perspectiva, de lo que se trata es ganar la opinión pública con posiciones perdidas en el debate jurídico. Perder en Nueva York, pero ganar en Tegucigalpa.

En menos de un año el país estará en campaña electoral y, para ese momento, los partidos políticos convertidos en zombis por el juicio cocainero quieren salir a morder a todo el mundo.

Nosotros en este corto espacio semanal no tenemos tiempo para perder. Nuestra chance es solamente durante unos minutos.

Por eso invitamos a esta columna unos párrafos del periodista Manuel Torres, quien llama la atención en un artículo publicado en redes a buscar en el pasado las claves del presente.

La búsqueda sugiere el asesinato del matrimonio Ferrari en 1977, la captura y extracción forzada de Mata Ballesteros en 1988, y el juicio actual en Nueva York.

En esta línea de tiempo sugerida por el periodista sobresale diáfanamente “la política exterior de los Estados Unidos que, como se sabe, es el único país del mundo que puede juzgar, pero no ser juzgado”.

Para aquella época de los 70s, el aparato militar hondureño no sólo conocía a los operadores locales del narcotráfico, sino que ya trabajaba con ellos. Y en el caso de Estados Unidos, se aprovechaba.

De modo magistral, Manuel Torres explica cómo el ocultamiento del crimen de Mario y Mary Ferrari sirvió a los militares para negociar su impunidad a cambio de la entrega del territorio nacional al Comando Sur, que hizo la guerra hacia Nicaragua, El Salvador y Guatemala.

Aquí en el Cofadeh recordamos muy bien al embajador Negroponte moviendo el dinero de los “contras” sandinistas, fruto de la operación de Oliver North convirtiendo dinero del narco en armas iraníes. Aquello fue el inicio de las desapariciones forzadas.

Aquello inflaba con dinero la panza de los generales del ejército, de los políticos amigos de Ramón Mata y abastecía los almacenes de los comerciantes nacionales. Eran los tiempos felices de Álvarez y Rosuco. Y del hermano Pedro.

Como dice Manuel Torres “a los carteles de la droga no les costó mucho corromper a políticos y militares. La puerta estaba abierta por la fragilidad del Estado, la debilidad institucional y la impunidad asegurada. Dinero sucio financió campañas electorales, lujos, excesos, crímenes, fortunas empresariales, comprando jueces y conciencias”.

Uno de los aportes más contundentes del artículo de este periodista hondureño es su lectura del comportamiento gringo en este juego. “A Mata Ballesteros no se lo llevan por el daño que causaba con las drogas, sino por las implicaciones que le atribuían en la tortura y asesinato de Enrique “Kike” Camarena en México”.

Lo mismo hicieron con JOH. No se lo llevaron por meter veneno en las calles hasta por las narices de los gringos, se lo llevaron porque ya había cumplido el ciclo de contención de la victoria moral de la resistencia que derrotó el golpe de Estado de 2009.

“(…) perdió valor de uso y Washington decidió limpiar ese vínculo”, escribe Torres, agregando que la DEA sabía su trayectoria desde 2004, pero lo dejó hacer lo que tenía que hacer, hasta que fue impresentable.

En sus conclusiones, que hacemos nuestra esta noche, el comportamiento de Estados Unidos no ha cambiado en el transcurso del tiempo. Protegen sus intereses agraviados; no los nuestros.

En ese sentido, el periodista previene que el narcotráfico continuará después de JOH con nuevos actores locales y regionales, porque es “pieza fundamental en el engranaje del neoliberalismo. No sólo le aporta dinero, sino valores y consumidores.

No será sorpresa, entonces, que al cabo de algún tiempo otro figurón de la política sea acusado y extraditado. No hay lección aprendida. Para quienes tienen las manos metidas, el error de Hernández no fue involucrarse, sino dejarse capturar. Su eventual condena no la consideran un disuasivo, sino un riesgo.

Por el bochorno que supone para nuestra nación el juicio de Nueva York y evitar flagelarnos como sociedad, debemos recordar que no somos los únicos del continente en afrontar un peligro como éste. Tampoco saberlo supone un consuelo, pero en todas las naciones afectadas se ha llegado a la misma conclusión: para enfrentar y prevenir el crimen organizado se demanda justamente lo que no estamos haciendo, “el fortalecimiento de las instituciones, altas dosis de fiscalización y transparencia, y aplicar con urgencia el antídoto de mucha democracia”.

Mucha democracia para que el juicio no nos enjuicie otra vez como sociedad. Buenas noches.

Editorial Voces contra El Olvido, sábado 24 de febrero de 2024