Giorgio Trucchi
Hernán Guevara Gutiérrez tiene 82 años y es un sobreviviente de la “Casa del Terror”.
Aunque la memoria comience a fallarle, aquellos días de 1982, cuando en Honduras se aplicaba la Doctrina de Seguridad Nacional impuesta por Estados Unidos, los tiene bien marcados en su alma.
La familia de Hernán era acaudalada. Poseía varias propiedades y mucha tierra.
Siguiendo el ejemplo de su padre decidió “estar del lado de los pobres”, algo que a oligarcas y militares nunca les ha gustado.
Se involucró en la reforma agraria. A menudo visitaba a los campesinos y también se dio a la tarea de organizarlos para que reclamaran la tierra y defendieran sus derechos.
A sus trabajadores siempre les ofreció condiciones dignas de vida y de trabajo. Cuando el gobierno decidió expropiar parte de sus tierras, Hernán prefirió donárselas directamente a ellos.
Esta actitud le acarreó muchos problemas y, tanto los terratenientes de la zona como los gobiernos ultraconservadores coludidos con los militares, comenzaron a tildarlo de comunista.
“Yo no era comunista. Simplemente ponía en práctica las enseñanzas de mi padre”, dijo Hernán Guevara durante el testimonio que brindó a La Rel.
El secuestro y la prisión
En 1982, Hernán fue secuestrado.
Unos agentes lo engañaron diciéndole que lo acusaban de haber chocado un auto. Cuando entró a la posta de policía fue capturado, amarrado, vendado y llevado a un lugar desconocido.
Su familia comenzó a buscarlo. Su mamá se presentaba a la posta de policía, mandaba cartas, pero todo era inútil.
Hernán se encontraba en una casa en Amarateca, a unos 30 km de la capital, propiedad de un alto mando militar, convertida en lugar de tortura y muerte.
Tres décadas después ayudaría al Cofadeh a detectar el lugar de sus más grandes pesadillas.
“Me mantenían encerrado en un baño, vendado y desnudo. Casi no me daban comida y sólo lograba beber el agua del inodoro. Todos los días me golpeaban, me tiraban al suelo y me pateaban. También encendían un ventilador a máxima velocidad para que me deshidratara más rápido”, recuerda.
La casa y el patio estaban repletos de personas que sufrían toda clase de tortura y vejaciones.
También había muchos salvadoreños. Hernán recuerda que de repente los montaban en vehículos o camiones y nunca más se sabía de ellos.
“Pasé más de un mes en estas condiciones. Había perdido la esperanza y solamente esperaba que acabaran conmigo. Casi llegué a pedirles que lo hicieran porque ya no aguantaba tantos golpes, tanto sufrimiento”, agregó.
¡Libre por fin!
Una noche llegaron unos guardias armados, lo obligaron a ponerse la ropa ensangrentada de otro prisionero y a montarse a un vehículo. Hernán sabía que lo iban a matar.
Fue un viaje largo. Se metieron por un camino de tierra y finalmente pararon el vehículo en las afueras de Ocotepeque. Lo hicieron bajar y lo tiraron al suelo con una gran patada.
Fue en este preciso momento que escuchó la voz de un hombre.
“No entendí bien qué estaba pasando, pero este hombre les ordenó a los guardias que no me volvieran a tocar y que me dejaran libre. Ellos obedecieron y se fueron. Tiempo después supe que se trataba de un militar de mayor rango apodado el ‘Coyote’, amigo de mi hermano Juan. ¡Me salvó la vida!”, recordó Hernán Guevara.
Casi sin fuerza y todavía conmocionado Hernán volvió a nacer. Caminó y caminó hasta llegar a un caserío donde le ofrecieron algo de comer.
Después de un largo peregrinaje para evitar los retenes militares fue reconocido por un amigo que avisó a la familia en Choluteca. Tuvo que esconderse por un tiempo y luego logró salir del país.
Museo de la memoria
Aunque fuera muy duro revivir tanto dolor y sufrimiento, el testimonio de Hernán y de otros sobrevivientes fue fundamental para que se ubicara el lugar exacto en Amarateca.
Aquella casa ahora es propiedad del Cofadeh, que quiere convertirla en Museo de la Memoria.
Todavía en Honduras exigen justicia para 184 desaparecidos y para miles de personas que fueron asesinadas en los años 70 y 80. La impunidad es total y absoluta.
Honduras fue el primer Estado condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) por la desaparición forzada de dos dirigentes populares.
“Es una historia que me ha marcado para siempre. Lo más triste es ver que casi nada ha cambiado. Lo que pasa hoy es prácticamente igual a lo que pasaba en aquellos años”, concluyó Hernán Guevara.