Nicaragua: reconciliación no quiere decir olvidar

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Por Rita Jill Clark-Gollub*

Las tácticas de guerra híbrida, incluida la guerra de información y la cooptación de grupos de derechos humanos, hacen que sea difícil distinguir a los buenos de los malos en el intento de golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en Nicaragua en 2018.

Pero es importante observar los signos reveladores de la opresión de clase y las tácticas terroristas para comprender la verdad sobre las 222 personas recientemente liberadas a los Estados Unidos que fueron condenadas por traición a la patria en Nicaragua por actos salvajes de violencia contra su pueblo. Se habían beneficiado de una amnistía en 2019, pero violaron sus términos al participar en un nuevo complot golpista [1]en 2020 y 2021. Al entregar a los 222 a Estados Unidos, las autoridades nicaragüenses de hecho los indultaron por segunda vez con el fin de lograr una mayor reconciliación de la sociedad. Pero en aras de la memoria histórica y la no repetición, es importante recordar sus crímenes.

Hace poco vi la película «Argentina, 1985», un competidor fuerte al Oscar a la mejor película internacional de este año. Narra la historia de un valiente equipo de fiscales que buscan justicia en nombre de sus compatriotas por los crímenes cometidos por la dictadura militar de Videla, que impuso un reino de terror en Argentina de 1976 a 1983. Los espectadores ven cómo una población que fue amedrentada a quedarse callada sobre las atrocidades de las que fue testigo, fue sacada de las sombras para testificar en un tribunal abierto contra los perpetradores. Los jóvenes se atrevieron a llamar a sus enemigos por lo que eran: fascistas. «Facho», decían a la cara de los cómplices de los horrores de aquella época. La publicidad de la película habla de cómo el fascismo sigue siendo una amenaza hoy en día. No podría estar más de acuerdo.

Mientras veía y aplaudía el triunfo final del bien sobre el mal en la película, no pude evitar lamentar lo mucho que se han difuminado las líneas entre el bien y el mal desde entonces. En los años ochenta era más fácil saber quiénes eran los buenos y quiénes los malos. El gobierno de Reagan era la cara fea del imperio estadounidense. Grupos de derechos humanos, miembros del Congreso estadounidense y gobiernos europeos hablaron a veces en defensa de las víctimas del imperio antes de que todo acabara. Y nadie se confundía sobre quién era de izquierda y quién era de derecha.

A principios de los años ochenta hubo más escepticismo respecto a las narrativas oficiales, después de que el Comité Church del Congreso estadounidense descubriera que la CIA espiaba a ciudadanos estadounidenses, infiltraba movimientos políticos y colocaba historias de dudosa veracidad en los medios de comunicación. Entonces, la administración Reagan cambió de táctica y creó la National Endowment for Democracy (NED) para dirigir las operaciones psicológicas de la CIA, pero con menos supervisión. Ahora la NED y USAID financian[2] a los medios de comunicación locales para que transmitan la versión estadounidense de los hechos a los medios internacionales. Y como hemos visto desde la persecución de Julian Assange y en la información sobre la guerra de Ucrania, los periodistas son más sumisos que nunca ante la versión oficial. Las redes sociales difuminan aún más la realidad, ya que sus trolls, bots e imágenes de noticias falsas pueden convencer a una población de que el día es noche y la noche es día. Y los traidores a la revolución popular de un país pueden utilizar a los creadores de imágenes de la NED para presentarse como «los verdaderos revolucionarios», mientras ellos mismos aterrorizan a la población, como hicieron al pueblo de Nicaragua de abril a julio de 2018.

El pueblo nicaragüense aún se enfrenta a las secuelas de hace cinco años, cuando las protestas por una modesta reforma de las pensiones se utilizaron para lanzar un violento intento de golpe de Estado, mientras se atraía a la gente a las calles con imágenes engañosas en sus celulares. Manifestantes violentos acusaron a la policía de represión mientras ellos mismos quemaban oficinas que prestaban servicios a la mayoría pobre que se beneficia de los programas sociales del gobierno. Se establecieron peligrosos tranques (cortes de carretera) por todo el país en que los «manifestantes pacíficos» a sueldo no sólo extorsionaban a la población, sino que también violaban, torturaban y asesinaban, incluso quemando vivos a algunos, buscando sobre todo a aquellos que tuvieran cualquiera conexión con el sandinismo—líderes estudiantiles, periodistas, incluso trabajadores municipales—y  publicaron imágenes espantosas de sus víctimas en las redes sociales para aterrorizar aún más a la población.

Yo era una de los muchos que ingenuamente esperaban que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos llevara a cabo una investigación para aclarar lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, cuando llegó la Comisión, las únicas pruebas que tomó fueron de medios de comunicación de la oposición descaradamente tendenciosos, negándose a escuchar a testigos cuyo testimonio[3] no se ajustaba a su conclusión preconcebida. No respondió a las quejas sobre su informe, que distorsionaba[4] los hechos para desviar la culpa. Amnistía Internacional también confirmó su lugar en el complejo industrial de derechos humanos[5] al servicio de los intereses geopolíticos de Estados Unidos[6], y no respondió a esta refutación[7] bien documentada de su informe.

Mientras que entre la clase trabajadora dentro de Nicaragua hay pocas dudas ahora sobre quién fue responsable de todo el daño al país en 2018, y quién intentó hacer lo mismo en 2021, hay tristemente mucha confusión fuera del país. Aquellos en el extranjero que se preocupan por el pueblo de Nicaragua harían bien en visitar el país. Encontrarían una población que disfrute un alto nivel de seguridad ciudadana y seguridad alimentaria, y que goza de cada vez más beneficios en educación, salud, vivienda y recreación. Y si los visitantes preguntan por los acontecimientos de 2018, se enterarán de que, al igual que en la guerra de la Contra de los años ochenta, la infraestructura física que hace posible esos avances es precisamente lo que fue blanco del violento intento de golpe de Estado: puestos de salud, ambulancias, oficinas del gobierno local y universidades públicas. Mientras que todas y cada una de las computadoras de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) fueron destruidas, y su guardería fue incendiada durante una violenta ocupación que duró semanas en su campus de Managua, las universidades privadas permanecieron intactas mientras sus clases continuaban en línea. Ninguno de los hijos o hijas de la burguesía resultó herido o muerto, ni tampoco ningún destacado activista de la oposición.

Fuera de Nicaragua nos bombardean con historias sobre «presos políticos», los «verdaderos revolucionarios» y una «dictadura». Esto no sólo ignora el hecho de que los trabajadores de a pie—no las familias adineradas de la historia de Nicaragua—dirigen las cosas y protegen su gobierno y su revolución, sino también el hecho de que los «héroes» que desfilan ante los medios de comunicación internacionales, abandonaron su revolución hace mucho tiempo. Al carecer de un respaldo político entre la población nicaragüense, recibían dinero del gobierno de Estados Unidos para difundir desinformación y coordinar actos de violencia. Cualquier afirmación de ser «progresistas» queda desmentida al ver los derechistas[8] con quienes se asocian, el hecho de que celebraron el golpe racista[9] contra Evo Morales en Bolivia y esta imagen que publicaron para celebrar la muerte de Fidel Castro y Hugo Chávez:

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Los golpes derechistas no son solamente cosa del pasado, como se ha visto recientemente en Honduras, Bolivia y ahora Perú. En todos esos casos, se desató un violento racismo contra la mayoría empobrecida. En Venezuela, Nicaragua y Bolivia, los partidarios de un gobierno progresista fueron señalados para ser humillados públicamente y pintados, como se ve en la foto de abajo y en el video al final de este artículo, tácticas ciertamente evocadoras del fascismo. Afortunadamente, el intento de golpe de Estado de 2018 no tuvo éxito en Nicaragua (como tampoco lo tuvieron las guarimbas en Venezuela). Pero la embestida intencional de desinformación puede engañar a los observadores de afuera, haciéndoles creer que el gobierno de la clase obrera fue la responsable de la violencia. Si nos fijamos en aspectos como quién se benefició de la violencia y los disturbios (la NED y sus empleados) y quién sufrió por ello (la mayoría nicaragüense, su gobierno y su economía pujante), vemos importantes pistas sobre quién fue el responsable. Los ciudadanos de los países que están reconstruyendo sus democracias harían bien en tomar nota. Al igual que las tácticas de la dictadura argentina[10] se exportaron a Centroamérica en la década de 1980, las tácticas de guerra híbrida aplicadas en un país seguramente se aplicarán en otro.

Bolivia 2019, la Alcaldesa Patricia Arce del MAS tras ser pintada y trasquilada. Foto: Jorge Ábrego, EFE
Bolivia 2019, la Alcaldesa Patricia Arce del MAS tras ser pintada y trasquilada. Foto: Jorge Ábrego, EFE

Al igual que el pueblo argentino en 1985, los nicaragüenses tuvieron una catarsis en 2018 cuando se dieron cuenta de que no estaban solos frente a la amenaza fascista. Como describe conmovedoramente Yorlis Gabriela Luna en el Prólogo a Nicaragua 2018: ¿levantamiento popular o golpe de estado?, que se encuentra en esta página[11], la gente recobró la fuerza una vez que se unió con sus vecinos para desmantelar los «tranques de la muerte.» Este video[12] da una idea de lo que pensaban de los «estudiantes manifestantes». Los 222 presos recientemente liberados se beneficiaron de una amnistía en 2019 y de una excarcelación en 2023: de hecho, los soltaron dos veces por delitos reiterados. Pero no debemos olvidar lo que hicieron. Esta ficha [13]nos ayuda a recordarlo.

Como dijo Malcolm X, «Si no tienes cuidado, los periódicos te harán odiar a la gente que está siendo oprimida, y amar a la gente que está haciendo la opresión»… o amar a los fachos. Echa un vistazo a este video de Paul Baker, ¿Quién pagó la pintura?,  para más pruebas de la crueldad orquestada por los recién regresados a los EE.UU.
Paul Baker, ¿Quién pagó la pintura?

Rita Jill Clark-Gollub* Vive en Estados Unidos y organiza delegaciones de estudio a Nicaragua. Ha publicado en editoras como COHA, Popular Resistance y Alliance for Global Justice (afgj.org).

Referencias:
[1]Documento expone nuevo complot de Estados Unidos para derrocar al gobierno socialista electo de Nicaragua – The Grayzone

[2]Cómo USAID, fachada de la CIA, creó el aparato mediático anti-sandinista en Nicaragua – The Grayzone

[3]nicaragua_2018_uncensoring_the_truth.pdf (tortillaconsal.com)

[4]Open Letter to the IACHR | Un enfoque diferente – Nicaragua – a different focus (tortillaconsal.com)

[5]The Human Rights Industrial Complex with Dan Kovalik (historicly.net)

[6]Amnistía Internacional: Herramienta imperialista Por el profesor Francis A. Boyle (countercurrents.org)

[7]Rechazando la Verdad (afgj.org)

[8]La oposición golpista en Nicaragua y la intervención estadounidense | Un enfoque diferente – Nicaragua – a different focus (tortillaconsal.com)

[9]NicaNotes: Nicaraguan Opposition Praises Bolivian Coup – Alliance for Global Justice (afgj.org)

[10]Argentina reconoce trayectoria de Bertha Oliva por los derechos humanos | Defensores en Linea

[11]NicaNotes: “En vivo desde Nicaragua: ¿Levantamiento o golpe de estado?” – Alianza por la Justicia Global (afgj.org)

[12]Women Describe the Horrors they Lived– NICARAGUA – YouTube

[13]Por qué 222 criminales nicaragüenses fueron deportados y por qué ellos y otros perdieron su ciudadanía – Coalición de Solidaridad con Nicaragua (nicasolidarity.net)

Foto de Portada: Un francotirador dispara desde un tranque en 2018. Foto del activista opositor Carl David Goette-Luciak.