Por: Sandra Rodríguez
Tegucigalpa.-
Los ataques en el Bajo Aguán que registra más de un centenar de asesinatos entre campesinos y guardias de seguridad privada, contratados por terratenientes, no visibiliza las miles de víctimas, viudas y cientos de huérfanos que esperan por una justicia que se vuelve tardía.
Niños y niñas que han crecido los últimos cinco años preguntando ¿Dónde está mi papá? ¿Mamá quiero conocer a mi abuelo? Mientras otros ni siquiera preguntan ya que por temor, su familia calla las violaciones que han sufrido desde guardias de seguridad privada, militares y otras personas que se introducen a la vida de las comunidades campesinas que luchan por la defensa de la tierra para cultivarla.
Más de 300 mil familias hondureñas que se dedican a la agricultura no tienen tierras propias, por lo que muchas de ellas se han unido a la recuperación de las mismas, aunque eso conlleva a poner de escudo la vida misma, como les sucedió a cinco hombres el 15 de noviembre del 2010, en el Tumbador, Trujillo, Colón.
Así mismo hay cinco viudas y más de 25 niños menores de edad, que dependían de lo que sus papás llevaban cada día a la casa después de trabajar en las fincas, pero en esos días tenían un objetivo, recuperar las tierras de la finca “El Tumbador” que pertenecen al Movimiento Campesino del Aguán, MCA, pero se las apropio, según denuncias de los campesinos, el terrateniente Miguel Facussé (fallecido en junio del 2015).
“Quedaron ahí muertos, prometieron que iban a investigar y castigar a los responsables pero nada ha pasado, esto es muy duro para nosotras, y los asesinos ahí andan, caminando tranquilos como siempre”, dijo con lágrimas en sus ojos, una de las viudas, cargando en su regazo a su pequeño hijo, que estaba recién nacido cuando sus papá fue asesinado.
Las víctimas mortales son Teodoro Acosta (39), Raúl Castillo (48), Ignacio Reyes (50), Siriaco de Jesús Muñoz (50) y José Luis Sauceda (25), además cuatro quedaron heridos, entre ellos Francisco Ramírez, quien quedó marcado no solo en sus emociones, sino en su rostro con una cicatriz atraviesa su boca, producto del tiroteo.
Esa mañana, recuerdan las víctimas, había mucho movimiento y disparos, se escuchaban pasos por doquier, eran guardias de seguridad privada y militares que iban a desalojar a los más de 200 campesinos. Muchas de las mujeres y los niños permanecían en las casas, pero otras estaban ya en los lugares de vigilancia para recuperar las tierras.
Aunque ellas no lo denuncian abiertamente, lo que vivieron esa mañana les marcó la vida, no solo perdieron a cinco compañeros, esposos, padres, hermanos, hijos, sino que algunas campesinas fueron atacadas sexualmente por esos hombres que con sus uniformes y armas imponen la fuerza y omiten el diálogo.
Es difícil contar estas historias, porque hay heridas que no se pueden cerrar, más cuando se habla de la dignidad humana ultrajada en un país donde no se tiene confianza en el sistema judicial y que por temor es mejor callar, manifiestan las víctimas.
Las víctimas se muestran muy reservadas al hablar del tema, a veces es mejor olvidar, porque con denunciar no pasa nada, dice una de ella, quien a medias palabras comenta como uno de los militares la manoseó”.
Hay testimonios que concuerdan en las acciones de ataque sexual, ellas son mujeres mayores de edad, aunque no se descarta que las niñas sufran peor suerte en cuanto a agresiones sexuales.
Según las narraciones, ese 15 de noviembre de 2010, ellas y otros campesinos se dirigieron al Tumbador a trabajar, ellas no sabían a lo que se iban a enfrentar y cuando iban llegando se encontraron varios compañeros que ya venían de regreso y les manifestaron que la situación estaba peligrosa.
Sin embargo las mujeres decidieron seguir, y al acercarse escucharon muchos disparos por al menos nueve minutos, las detonaciones no dejaban de sonar, entonces decidieron esconderse en un cerrito y se tiraron al suelo para que ellos –los hombres armados- no lograran verlas.
Al sentir que no había ruido alguno, salieron de sus escondites y uno de ellos las logró ver, entonces llamó a los demás, mientras les ordenaban que se pusieran en línea, les preguntaron si ellas andaban armadas, les contestaron que no, pues su única arma –como la de todo campesino- era un machete, su herramienta de trabajo.
¿Son ustedes campesinas? Preguntaron lo armados, y ellas por miedo a que las mataran les decían que no.
Se dirigieron a una de las mujeres “dejá de mentir que ya te conocemos” por lo que sería a la primera que matarían.
Con palabras entrecortadas recuerdan que las agarraron del cabello y las arrastraron aproximadamente 20 metros, y les quitaron las botas para a ver si andan teléfonos móviles ahí escondidos, y además las amenazaban con una arma en su boca y les decían palabras ofensivas.
Las tiraron a la parte trasera de un vehículo, las aventaban y golpeaban dándoles patadas en todo su cuerpo, las obligaron a quitarse parte de su vestimenta y las seguían golpeando, les tomaron fotografías y uno de los hombres dijo que nos las mataran que recordaran que ellos tenían madres y las dejaron ir y después del ataque, las dejaron ir.
En el caso de las víctimas de la comunidad El Tumbador, el Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras, COFADEH, ha acompañado a las familias y sobrevivientes, para documentar los casos e interponer denuncias, encaminadas a que estas muertes no queden en la impunidad, y los denunciantes no sean más victimizados por el Sistema Judicial, militares y guardias de seguridad privada que contratan los terratenientes del Bajo Aguán.
Según los testimonios de las viudas, hay cuatro mujeres sobrevivientes de los mismos hechos, fueron víctimas de persecución y hostigamiento. Los presuntos guardias privados las rodearon, las agarraron del pelo y les apuntaban con las armas en la cara, las introdujeron en las palmeras, las tocaron requisándolas, les pedían información de cuantos compañeros andaban y que si tenían armas, les amenazaron con picarlas y quemarlas, expresa la denuncia interpuesta ante autoridades gubernamentales.
Hace más de cinco años, un grupo de campesinos salió en la madrugada de sus hogares, con el propósito de recuperar unas tierras que pertenecen al Movimiento Campesino del Aguán, MCA, pero están apropiadas por el terrateniente Miguel Facussé, pero ya no volvieron porque en una emboscada perdieron la vida.
Eran al menos 200 campesinos decididos a recuperar unas 700 hectáreas de tierras ubicadas en el antiguo Centro Regional de Entrenamiento Militar, CREM, que fueron adquiridas por el Estado al ciudadano Temístocles Ramírez, y después fueron traspasadas al Instituto Nacional Agrícola, INA por la Procuraduría General de la República, el 11 de julio de 1991 para fines de reforma agraria.
Los cuerpos fueron encontrados a lo largo del día en diferentes zonas entre las palmeras, presentaban heridas de bala y no hubo un levantamiento forense como corresponde, después fueron llevado a un lugar en común en la comunidad “Guadalupe Carney”, dejando más de 25 niños “de pan en mano”, y aún quedan esas historias que las mujeres no se atreven a contar porque la falta de justicia, impunidad y el miedo se impone en la zona.
Ante el ataque sexual, hay que romper el silencio
Un abuso sexual va desde la amenaza al engaño, la seducción y/o confusión. Es siempre que el otro no quiera o sea engañado. Es un acto que pretende dominar, poseer, cosificar a la persona a través de la sexualidad. Unas veces el agresor actúa desde la violencia explícita hacia la víctima, que se siente impotente, desprotegida, humillada.
Los efectos de la agresión son múltiples, y se expresan en las áreas más importantes de la persona. Es vivido como un suceso traumático, es decir, como algo que impresiona tanto que no se puede elaborar, y por ello se intenta olvidar. Pero todo suceso traumático, “olvidado”, tiende a expresarse y a salir a la luz, bien desde un impulso a la repetición, (incluso viéndose inmersa sin saber cómo en situaciones en las que nuevamente es violentada); o siendo ella misma, quien de manera activa, violenta o abusa de otros.
Al mismo tiempo, aparece una necesidad de evitar, de defenderse de la sexualidad consigo mismo, y de las relaciones sexuales en general. Es una sexualidad herida, muy mal integrada, y vivida como una amenaza, como algo que no se puede controlar, y que lógicamente afecta en las relaciones y compromisos con el otro, con la pareja.
Aclarar que el abuso sexual no es sólo penetración o agresión física. Abarca desde el contacto físico, hasta la ausencia de contacto. Puede darse prolongado en el tiempo, o como hechos aislados y puntuales.
Sus consecuencias serán más graves cuanto mayor sea la implicación afectiva o la autoridad simbólica y moral, en interrelación con la duración temporal de dichos abusos.
Los efectos dependen de la intensidad y duración, de la edad de la víctima y solidez de su estructura psíquica, del valor asignado al agresor, se pueden esquematizar en estas áreas: psicológica, sexual, psicosomática, social y escala de valores.
Entre los sociales está la desconfianza ¿Cómo confiar en el otro? ¿Cómo hablar de uno mismo? Por tanto aparece una fuerte desconfianza, con repliegue, aislamiento, incomunicación, por lo que es importante el acompañamiento a víctimas de ataque traumáticos.