Esta semana que finaliza contenía la fecha más vergonzosa de la historia moderna de Honduras: el 28 de junio, día de los golpistas corruptos, narcos y vende patria.
La fechoría que estos seres cometieron hace 8 años contra la Nación más empobrecida de este hemisferio no fue casual, fue absolutamente premeditada.
El golpe de Estado militar, religioso, político y mediático fue contra el pueblo de ojos abiertos, no contra el Poder Ejecutivo como le gusta repetir a la rectora de la Universidad Nacional y a su amigo Eduardo Stein.
En realidad no fue un pleito entre liberales como le gusta decir al hermano siamés el Partido Nacional, para tratar de zafar su responsabilidad delincuencial en el asunto.
No fue tampoco un golpe contra Manuel Zelaya por haber propuesto una urna adicional para las elecciones generales de 2009, como le gusta repetir a los activistas.
Como nos repite constantemente Carlos Humberto Reyes, el líder histórico de los trabajadores hondureños, esos canallas dieron el golpe al pueblo para acelerar su modelo rapaz de explotación neoliberal.
Con el golpe ganaron los ladrones del Seguro Social, incluyendo bancos y medios de comunicación, beneficiados unos y otros, con depósitos mal habidos y contratos de publicidad sangrantes. Ganaron los delincuentes.
Los que, sin duda, han ganado más son los militares y los policías, que ya ganaban doble salario de los carteles locales y de las mafias mexicanas, pero que hoy tienen legalizados sus excesos en el Presupuesto Nacional.
Nunca habíamos visto tanto dinero para reparar cuarteles o construir nuevos, comprar aeronaves, armas, municiones y sobornar fuerzas elites leales a los dictadores surgidos de entre los golpistas. Nunca el insulto de tener presupuestos de chafas por encima de la salud y la educación.
Y con el golpe de Estado crearon tres nuevos enemigos a los que siguen disparando a matar desde los púlpitos, las televisoras y los comités centrales de ese parque jurásico del asistencialismo político.
Los enemigos son la resistencia social al autoritarismo y el chafarotismo, especialmente la población consciente de ciudades, pueblos y aldeas, y los gremios fuertes como el magisterio y los estudiantes.
El otro enemigo central son las defensoras y los defensores de derechos humanos, que están multiplicados en todas las generaciones de los derechos civiles y políticos, sociales, económicos y culturales, y particularmente en la defensa de los derechos de los pueblos, al medio ambiente, la tierra, los territorios, la justicia, la verdad, la diversidad y la paz. La plaga que les quita el sueño.
Y un tercer enemigo mortal es la disidencia política surgida de los partidos PAC y LIBRE, que a partir de 2013 disputan poder al bipartidismo anclado como nave vetusta y corrosiva sobre el Estado Nación.
Los canallas le disparan a matar a estos tres enemigos principales, usando falsos positivos, muerte cruzada, criminalización penal y bala viva en operaciones encubiertas. Las estadísticas son horribles. Tiran a matar.
Pero los golpistas convertidos después de 8 años en dictadores, no han actuado solos; con ellos ha estado el Consejo Empresarial de América Latina, CEAL, que reúne las peores gusaneras de Colombia, Venezuela, España y principalmente Estados Unidos. El Centro Cristiano Internacional. Y han contado con CNN, CBS, El País, La Prensa, El Heraldo, La Tribuna y el centro televisivo de Ferrari.
El impacto contra la resistencia social, la comunidad de defensoría de derechos humanos y la disidencia política también es culpa del Departamento de Estado y especialmente del Pentágono, donde Hilary Clinton y el general Kelly, tienen nombres propios en esta historia. Y está claro ahora que Donald Trump regresa con ellos, con nuevos planes macabros.
Por eso es prohibido olvidar a ocho años de aquella masacre continuada hasta nuestros días. No se puede, porque ni la Marca País ni todos los millones aportados por los narcos a la campaña de bonos asistencialistas, han podido borrar del pueblo esa marca de las bestias.
No han podido, porque así de sencillo, aunque parezca irónico en medio de tanta tragedia, el pueblo de Honduras es ganador después del golpe de Estado. No pueden contra él, y está esperando de nuevo su turno. El momento. Ya demostró el pueblo que se junta y resopla encachimbado. Es cuestión de un instante…
A nosotros nos toca continuar haciendo lo que ellos no quieren que hagamos. Defender la vida y la libertad, el derecho de todos a vivir en paz, sin esos carteles de muerte que ellos amamantan para sembrar el miedo y seguir robando las riquezas naturales.
Nos toca también exigir en serio a las Naciones Unidas y a la OEA, que mantienen el país intervenido desde 2016, que enfrenten de una vez si pueden a estos corruptos y a los narcos que carcomen las instituciones del estado. Que no esperen hasta después de las elecciones. Que se los lleven ya a Miami o a dónde sea, que envejezcan con sus amigos. Son los mismos golpistas. Son los mismos continuistas.
Son los que están buscando en esa lista de los 35 narcos y los mismos que están en ese legajo de 56 expedientes de corruptos, ellos son los que echaron a perder todo, las cortes, los juzgados, los medios, las fiscalías y los gobiernos locales, hasta construir la impunidad como política de su estado.
Honduras no puede seguir con esa banda de delincuentes, pastoreadores del dinero ni con los terroristas mediáticos, son verdaderas lacras de la vida presente y de la esperanza futura. Son insoportables.
Editorial Voces contra El Olvido sábado 1 de julio 2017