Los asesinos no están congelados

0
624

Por: Gilda Silvestrucci


El COFADEH suma más de 184 víctimas de esa cruel etapa que aún destila la sangre y el dolor en las familias, amigos y todo aquél que tenga la capacidad de indignarse.

Le llamaron la Doctrina de Seguridad Nacional. Sacaron canciones alegóricas a la paz, con videos de palomas blancas volando y recalcando que Honduras no podía caer en el «comunismo». Eran y siguen siendo tan ignorantes que ni siquiera conocían el término comunismo. Pero se trataba de ser fiel al amo, eran «sus hijos de puta», así los bautizó uno de los voceros del imperio, porque daban la milla extra para hacer los mandados al amo.

Perseguían, torturaban y asesinaban, pues debían «limpiar» a aquéllos que se atrevieran a cuestionar sus políticas de terror y sangre.

Había caras visibles y otras que estaban ocultas, porque era el grupo élite empresarial, que estaba presto para firmar los cheques y apoyar la «causa». Si, la causa de exterminio a cambio del control geopolítico de Estados Unidos. Eran los herederos del dictador Tiburcio Carías Andino, sanguinarios en su máxima expresión.

Para ellos todo lo que desentonara en el mensaje, un libro, una poesía, una canción, un dibujo o si acaso el intento de sacar a otros del engaño, representaba sentencia de muerte.

Y vaya forma de matar. Raptos, golpes, torturas, hasta llegar al desmembramiento para borrar evidencias.

Nunca se supo dónde están sus cuerpos, aunque la carga de sus muertes, debe andar distribuida por ahí, en la consciencia de todos los implicados. Peso, que por más que vayan a misa, al culto o se reciten la Biblia, no lograrán borrar. Como tampoco se han borrado las lágrimas de las madres, de los hijos, de los hermanos y demás familias que sufren por la desaparición forzada de sus seres queridos.

Siguen impunes, pero saben dónde dejaron los cuerpos y siguen haciendo de las suyas, pues las políticas entreguistas, solo suelen cambiar de nombre.

Aunque por ratos reviven esas prácticas de tortura y desaparición, ahora puede llamarse sicariato, delincuencia común, accidente de auto, mientras la tortura se disfraza de criminalización, cárcel, persecución y hostigamiento.

Las caras de los protagonistas, se cuelgan hasta en galerías presidenciales, otros se arrodillan y lloran en los programas de televisión, reflejando tal vez, un grado de disturbio mental, que no sería extraño en un frío asesino.

Los que pagaron los cheques, siguen siendo grandes empresarios, los mismos que patrocinan al dictador, los mismos «intocables», los de las páginas de satín, los que huelen a perfume exclusivo, los que ahora se ven casi igual que hace 30 años, porque el cirujano y el botox los mantiene sin arrugas.

Compraron la Corte, el Congreso y como frías rameras se meten en la almohada del gobernante de turno para dominar su pensamiento.

Aprendieron a repetir, que todo eso es pasado, guerra fría, que se deben escribir páginas de perdón y democracia, mientras, aún hay madres que se aferran a las fotografías de sus hijos, anhelando tener un lugar para ir a dejar flores…