Hace unos 24 años, Tomás Nativí Oliva estuvo a punto de perder el control en una escena en Tegucigalpa. Tenía los puños cerrados, la respiración agitada y las palabras descompuestas. Era aún demasiado joven para enfrentar su herida, aceptar su identidad y, sobre todo, cohabitar aquél momento con uno de los asesinos de su padre el profesor, filósofo e insurgente Tomás Nativí, descuartizado por el 3-16.
Era en un lugar público de la capital. Uno de los enmascarados responsables del secuestro y posterior asesinato de Tomás la noche del 11 de junio de 1981 circulaba sin pasamontaña entre la gente, así como lo hacían Billy Joya, Balí Castillo y el propio Gustavo Álvarez en su momento, disfrazados de pastores, de buenos padres, empresarios de la seguridad, analistas de la defensa, vedetes de la televisión, evadiendo sus pasados horrorosos.
El adolescente Nativí seguía al asesino con su mirada de fuego, desde su memoria herida y a través del dolor profundo del hijo del desaparecido. El impune, en cambio, caminaba libre y tranquilo frente a las vitrinas, olvidado de sus atrocidades, ajeno a sus víctimas.
Esta escena ocurrió a finales del gobierno de don Beto Reina, cuando las madres y esposas de las personas desaparecidas en Honduras buscaban sus restos en tumbas clandestinas, creyendo en la justicia de la revolución moral. Era un momento crítico y particularmente especial para Honduras.
Tomás Alberto fue frenado con determinación por el equipo del Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras, el Cofadeh, en cuyo seno vivió toda su niñez, adolescencia y juventud. Resoplaba. No era el momento de ser como los impunes. No era la forma de honrar la memoria de su progenitor.
Pero aquél incidente sí fue el momento para pensar en serio la crisis de identidad que la impunidad del Estado de Honduras produce en las familias víctimas, en niños, adolescentes y adultos. La enorme herida que atraviesa el alma de la sociedad.
En aquellos días nunca vino mejor la presencia de la experta Débora Munseck, argentina, quien había trabajado el duelo en la Plaza de Mayo y quien se dio tiempo de vivir entre nosotros, para trabajar persona a persona, incluyendo a Tomás.
En el transcurso de los años, Tomás Alberto creció en conocimiento, sabiduría y amor propio. Abandonó el consumo de tabaco y alcohol, creó su propia empresa agrícola, formó una familia y se perdonó a sí mismo los dolores que el Estado miserable ha sido incapaz de perdonarle. Creció hasta ser un hombre sano, al servicio de Honduras.
El duelo no sanado es un tema profundo de la psicología que acompaña a la justicia, la reparación y la garantía de la no repetición, que son materias pendientes para la casi totalidad de las víctimas en Honduras.
Estos han sido algunos de los temas durante los últimos 39 años de conmemoración de la Semana Internacional del Detenido- Desaparecido, del 27 al 31 de mayo, en toda América Latina y España.
Hemos repetido durante esta última semana que la desaparición de una persona no ocurre una vez. Es un delito de ocurrencia permanente, hasta que la persona es encontrada, viva o muerta. Mientras, el delito tiene carácter permanente y continuado, es decir, mientras no sea localizada la persona desaparecida, el delito se sigue cometiendo por el Estado.
Entre 1979 y 1992, centenares de seres humanos fueron desaparecidos en Honduras, hombres y mujeres, salvadoreños, guatemaltecos, ecuatorianos, costarricenses y estadounidenses, también, empezando por el padre Guadalupe Carney.
La intención de la Agencia Central de Inteligencia, el Pentágono, la Aproh, el partido liberal y nacional, el cohep, Rosuco y flores facussé, era de imponer aquí el mismo Plan Cóndor que impulsaban con asesinos de Estado en Suramérica.
En el marco de la guerra fría, la intención era eliminar la oposición social y política al militarismo con desprestigio, terror, torturas y asesinatos, para borrar del entorno toda posibilidad de un modelo alternativo.
Cuatro décadas después de aquella práctica oficial, sistemática y concertada desde Washington, los culpables en general siguen entre nosotros sin haber sido juzgados. Y ese detalle es peligroso, porque se repiten los hechos.
Actualmente lo estamos viendo y padeciendo. En los últimos 11 años de dictadura tras el golpe, de fraude y pandemia, la misma élite de la aproh junto al cartel Hernández están al frente del Estado.
Pero nosotras estamos aquí también. Y nuestros seres queridos porsupuesto. Somos los rostros vivos de la ciudadanía activa en lucha, esencia de este pueblo que no pertenece a los cobardes y que está listo para las que sean, a fin de evitar otra vez la violencia del olvido y de la impunidad.