No venimos hoy aquí, al viejo centro histórico de Tegucigalpa, no como vienen las aves de techo a buscar semillas por hábito condicionado, ni estamos paradas en esta proximidad de la vieja casa presidencial para gritar al viento nuestro dolor eterno. Estamos aquí desde hace 37 años golpeando la puerta del Estado que nos debe la verdad y la justicia.
Este primer viernes de marzo de 2020 nos reunimos para exigirle a la gente de la Asociación para el Progreso de Honduras, APROH, liberales y nacionalistas, que sus crímenes contra más de 500 opositores sociales y políticos de los años 80´s no están olvidados, ni mucho menos perdonados, porque no han sido confesados ni han sido sancionados.
Así vamos a repetirlo a los representantes del Estado que asistan en mayo próximo al tercer Examen Periódico Universal (EPU) sobre la situación de los derechos humanos en Honduras delante del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, que evaluará las recomendaciones de hace cinco años.
Es posible que esos funcionarios y los responsables vivos de aquellos hechos criminales, que continuaron con el golpismo, piensen que esto no tiene consecuencias en el tiempo y que es una formalidad burocrática.
Pero las familias de las víctimas le recordamos a esos autores que con el dolor humano no se juega. Estamos en duelo centenares de familias que hemos perdido de ese modo violento seres queridos en manos de militares y sus escuadrones de muerte, bendecidos por curas y pastores, financiados por empresarios sucios y avalados por la CIA.
Igual que ha dicho la familia de Berta Cáceres, en el cuarto aniversario de siembra histórica de esa extraordinaria mujer indígena, feminista, anti patriarcal y anti capitalista, nosotras repetimos que el apresamiento de los eslabones materiales de los hechos cuenta para hacer justicia, pero aún está lejos de ser suficiente si los inspiradores y financiadores de la cadena de mando están libres de enjuiciamiento. Faltan los Atala y faltan los APROHs.
El apreciamiento de Callejas y Hawitt en Estados Unidos por delincuentes comunes organizados no compensa su responsabilidad como líderes financieros de la APROH, por eso en vida les recordamos su deuda, así como se la recordamos a Rafael Ferrari antes de morir, y a Oswaldo Ramos Soto, y a Paul Vineli, y a Gustavo Álvarez, y a Suazo Córdova y a su ministro de la Presidencia, entre otros. No los olvidamos. Y no tenemos odio, sólo tenemos amor con esperanza.
Como las aves de techo venimos hoy a volar nuestra solidaridad con los 60 mil hondureños y hondureñas que deambulan en la frontera de México, que viven a la espera de un asilo en condiciones deplorables, que huyen de Honduras por culpa de este cartel de delincuentes de políticos impostores que destruyen el presente de la Patria.
Estamos aquí para abrazar las luchas de las comunidades indígenas y campesinas que defienden las cordilleras productoras de agua, que es la vida, contra delincuentes mineros y represadores de ríos asociados con el crimen organizado del Estado, para servirle a sus amos colonizadores del Norte por unos cuantos pesos ensangrentados.
Permanecemos en esta Plaza de los Pañuelos Blancos para decirle a las madres que lloran, a las familias que buscan consuelo, a los dolientes que aprisionan en sus pechos el luto, que no están solas en esta batalla por la dignidad. Nosotras no tenemos bolsas solidarias para llenar estómagos y sobornar las voluntades, pero tenemos orejas para escuchar y palabras para caminar juntos.
A las personas responsables de haber herido eternamente nuestras vidas les repetimos, una vez más, no tengan miedo; no crean que esos criminales que se pasan el poder de las instituciones públicas van a protegerlos siempre; sólo ustedes pueden salvarse. Vengan y confiesen. Y después, hablamos.
De los hechos y de los hechores, ni olvido ni perdón.
COFADEH, 6 de marzo 2020.