¡Quién más que los familiares sobrevivientes de la desaparición forzada para testificar en tanto que víctimas de las fake news y el lenguaje de odio en Honduras!
Entre 1980 y 1995, los medios HRN, Radio Tegucigalpa y Radio Centro, entre otras, difundían las mentiras fabricadas en el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.
La Prensa y El Heraldo, impulsores de la doctrina de seguridad nacional, también se sumaron con entusiasmo a aquella empresa perversa de situar a las personas desaparecidas en Rusia, Cuba y Nicaragua, mientras eran torturadas en Mateo, Amarateca, la 105 Brigada y en decenas de cárceles clandestinas.
A la época estábamos lejos de Tictok, Instagram, Facebook y X, pero los medios exhibían sus perversidades dejándose contratar páginas, cintillos, volantes y cuñas radiales sin firma responsable, para sembrar el odio.
En privado, las facturas eran emitidas a nombre de civiles tapaderas de los oficiales de guerra psicológica que operaban desde Promitec, imprimiendo además afiches de calle, pintas en paredes, mantas sobre puentes y comunicados apócrifos con lenguaje de violencia política.
Periodistas, comentaristas y lisonjeros asalariados que murieron sin pena y sin gloria repetían aquellas mentiras que hacían sufrir a las madres, esposas e hijos de las víctimas de la desaparición forzada. Eran los vectores de la post verdad de la época.
En numerosas ocasiones, la criminalización pública de las dirigencias sociales – sindicales, estudiantiles, magisteriales y religiosas – pasó a las acciones violentas en contra de sus integridades físicas.
Como resultado de la negligencia profesional de los medios y de los periodistas de aquella generación chafarótica, el sistema de comunicación sufrió progresivamente un duro golpe de credibilidad y confianza.
En 1998, por ejemplo, después del paso del huracán Mitch, quedó demostrado que una revolución ciudadana presente en la producción de nuevas formas de comunicación alternativa pudo más en la opinión pública que las incontables cadenas audiovisuales del Estado.
En 2009, tras el golpe de Estado, la resistencia social antigolpista tomó el control del país utilizando la infraestructura incipiente del internet móvil y la telefonía celular.
Las pequeñas radios comunitarias, las redes de correos electrónicos y las asambleas presenciales, rebasaron absolutamente la otrora influencia del cartel mediático golpista.
Millones de usuarios de medios migraron al medio ambiente digital y desde ahí empezaron a formar comunidades de influencia, que dejaron atrás periódicos, radios y televisoras tradicionales.
Pero el poder duro no fue tonto, y pronto también migró hacia las plataformas y aplicaciones móviles, copándolas de perfiles, cuentas falsas y granjas de robots, que hoy en día saturan e intoxican las relaciones interpersonales, sociales y políticas en ese medio ambiente.
Las corporaciones mediáticas cuentan a su favor que Claro, Tigo y Cable Color controlan el 95 por ciento de la oferta de internet y que 27 grupos privados y religiosos controlan el 97 por ciento de las radios, canales y sistemas de cable del país.
En esas condiciones, la viralización de la post verdad, que es lo mismo que la mentira, tiene ventaja para desbocarse como bestia cabalgando a campo traviesa, sin frenos, sin bridas y sin estribos, como describiría el poeta Lorca esta distorsión perversa de las maravillosas redes sociales.
Estamos en un momento en el cual millones de jóvenes quedaron sin escucha consciente, sin herramientas de análisis crítico de la información que se tragan, yendo por ahí como autómatas víctimas de la adicción a las redes – noticias falsas incluidas –, sin oponer resistencia. Expuestos como carne de cañón a la manipulación de sus emociones. Y a las enfermedades digitales.
El ejemplo de Venezuela es ilustrador. Dos magnates de medios digitales — Meta y X – unidos en sus propósitos económicos con el poder profundo de Estados Unidos, lanzaron el 29 de julio el primer ciberfraude fascista del mundo contra el sistema electoral más confiable del planeta.
Usando granjas de máquinas situadas dentro y fuera de Venezuela, atacaron miles de veces los sistemas digitales del país, difundiendo información falsa, exhibiendo actas inexistentes y lanzando jóvenes energúmenos al ataque físico de personas y bienes.
El objetivo era incendiar el ánimo colectivo de Venezuela para tumbar el gobierno por la vía de la insurrección violenta, destruyendo símbolos de identidad y cometiendo al menos tres crímenes de odio con personajes de base, para imponer un candidato mumuja pinchado por la memoria histórica de El Salvador.
Pero ese intento de destruir la credibilidad y confianza fracasó, el 80 por ciento de la población venezolana consultada por diversas compañías mediáticas después de las elecciones declara que está en paz, que quiere tranquilidad, diálogo permanente y conciliación.
En Honduras, en buen momento llega la ex presidenta de Chile, promotora de la participación política de las mujeres, a pedir a las élites que supriman la violencia política con sesgo de género.
Llega cuando un arlequín sin partido ni formación política agrede a ex colegas diputadas del PSH y ataca con violencia patriarcal desde la televisión a Xiomara Castro, la primera presidenta en la historia política de Honduras.
La visita coincide en el tiempo cuando un instrumento político compulsivo de las diez familias evade su responsabilidad penal en los golpes despiadados a una mujer, que tuvo que emigrar de Honduras para escapar a la muerte moral o física.
Michelle Bachelette ha venido en el momento justo a pedir que avance la aprobación en el Congreso Nacional de la ley contra la violencia política hacia las mujeres y a sugerir que no se utilice las campañas electorales para estimular la aniquilación de los contrarios.
Mientras llega el momento de parar ese virus malandro de la mentira a repetición, acompañamos los esfuerzos de los hombres y mujeres que luchan todos los días en este país por hacer posible la verdad.
Buenas noches