LA DESINFORMACIÓN

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Viendo y escuchando los discursos balbuceados en ocasión de la entrega de premios, reconocimientos y almuerzos a propietarios y trabajadores de medios, apareció un tema de raza ligado al derecho a la información y a la comunicación.

En este breve espacio deseamos referirnos a ese fenómeno. Lo llaman desinformación, la cara sucia del oficio de informar, tan vieja como el lenguaje mismo, pero que empezó a rascar el debate con las visiones críticas de Marshall McLuhan, filósofo canadiense, quien acuñó varios conceptos clave desde los años 60: Aldea global, cultura mosaica y el medio es el mensaje, entre otros. O más recientemente el filósofo estadounidense Noam Chomsky, quien expone brillantemente las técnicas de la manipulación.

Los dueños de los tubos, como llaman a los dueños de los medios, saben esto muy bien desde el siglo pasado, saben que la manipulación de la información a través de los aparatos transportadores de mensajes es una vía impune de obtener poder. Más poder. Con las nuevas tecnologías de la información los carteles mediáticos cambiaron la relación entre consumidores y contenidos, y han afilado los colmillos y alargado las patas a ese oficio perverso.

La sociedad, en cambio, lo sufre con una especie de resignación inadmisible. No existe hasta hoy en nuestro país un organismo público o privado que alfabetice seriamente a la población para defenderse de esta pandemia audiovisual que contamina las decisiones individuales. Que ha ido progresivamente reemplazando los medios tradicionales.

La Asamblea General de las Naciones Unidas mostró su preocupación durante el último año por la proliferación de la desinformación y acogió una iniciativa del Secretario General para promover la cooperación internacional en la lucha contra la desinformación.

Antonio Guterres, de hecho, presentó un informe basado en la información y las mejores prácticas compartidas por los Estados, las entidades de las Naciones Unidas y otras partes interesadas para contrarrestar la desinformación.

En ese informe, Contrarrestar la desinformación para promover y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales, el Secretario General describe los retos que plantea la desinformación y las respuestas que se les dan, expone el marco jurídico internacional pertinente y examina las medidas que, según los informes, han adoptado los Estados y las empresas tecnológicas para contrarrestarla.

Sin que ese tema nos lleve a la censura de internet ni al control estatal de las redes sociales, es un asunto del que debemos ocuparnos, porque está pasando a través de los mismos aparatos que el propio Estado ha concesionado a la intocable dinámica del mercado.

El gran propósito de la desinformación es manipular. Gran parte de los contenidos difundidos son falsos, incompletos, de mala calidad y tomados fuera de contexto. La desinformación contiene discursos de odio, fomenta el supremacismo de las élites y se concibe para mantener a la gente analfabeta e idiota. Para consumir sin masticar ni rumiar. Para justificar que los ricos no paguen impuestos y que carguemos a todos los demás con esa responsabilidad.

Como si fueran los medios licuadoras, las personas dedicadas a connotar, denotar y editar los datos cada día utilizan satisfactoriamente narraciones confusas y a menudo fantasiosas para desilusionar al público, o para enojarlo. Y no hay nada de inocencia en eso, saben anticipar las reacciones primarias de la gente. Pero en los discursos que hemos escuchado, los maestros de esa pandemia se han presentado como sus combatientes.

Los controladores de los carteles mediáticos saben explotar el sesgo de la repetición llamada también verdad ilusoria, la misma mentira balbuceada una y otra vez hasta que se acepta como un hecho verdadero. Dios pone las autoridades, dios bendice a los reyes, dios decide mis destinos, dios dice que seré presidente…

Una de las técnicas favoritas de este oficio perverso es dividir la opinión pública por segmentos confrontados, hacer blanco de la divergencia a unos y mofarse de otros, creando la impresión que el acuerdo o el consenso es imposible. ¡Les encanta, por ejemplo, mostrar al científico loco abandonando los eventos públicos y luego presentar sus argumentos como palabra del señor, sí señor!

Como bien lo explica Chomsky el juego es combinar verdad y mentira, tergiversar los hechos sacándolos de contexto o utilizar información veraz, por ejemplo, los parentescos sanguíneos en el gobierno con el fin de enfurecer y provocar.

El sistema de desinformación es experto en infundir emociones fuertes, como el miedo, la repulsión y la indignación, por medio de narraciones de propagación viral. Esta cloaca destila estereotipos negativos que dan soporte ideológico al racismo, a la xenofobia, a todas las fobias movilizadas por las religiones y otras estructuras responsables del analfabetismo emocional de la población.

Hemos llegado a un momento en el cual los periódicos en mano prácticamente han muerto por diferentes razones, la radio ha descendido drásticamente en influencia púbica por muchas razones igual, y se erige en su lugar una nueva dictadura audiovisual que abusa con prontitud de cualquier injusticia, tensión o cuestión polémica, para aniquilar el espacio al diálogo. Esta cloaca emplea la identidad, las creencias y los valores nacionales, y demás baluartes de nuestra identidad individual y colectiva, para embarrar las cosas.

Es curioso, los viejos medios que mueren se aseguraron en la dictadura tener sus propias frecuencias de televisión, cable e internet…

¿Y qué tal si una firma ciudadana se dedica a monitorear las fuentes, los contenidos y los valores de los mensajes difundidos a través de una muestra representativa de estos medios? Y luego se contrastan esos contenidos con los hechos, cada semana, cada mes, como lo intentaba Chekeado en Argentina o El Periódico en Guatemala?

Buenas noches

Editorial Voces contra El Olvido, sábado 27 de mayo de 2023