La tormenta que cae actualmente sobre la cúpula católica hondureña no se puede amainar ni con paraguas mediáticos ni con silencios cómplices de los políticos tapaderas.
No se puede calmar, porque no es un temporal que cae solamente sobre Juan José Pineda Fasquele, es una masa fría estacionada en casi todo el clero nacional, con verdaderas honrosas excepciones.
No estamos frente a una discusión de homosexualidad ni moralidad clerical por la destitución del domador de culebras en Vía Iris, estamos delante de un problema ético y penal, que es igualmente un asunto de derechos humanos.
Hay muchas denuncias de acoso y explotación sexual contra niños y jóvenes cometidas por religiosos con poder, que han sido calladas por conveniencia política o negociación económica clandestina. Pero también denuncias de corrupción financiera. Y tráfico de influencias.
No estamos hablando de X problemas mentales o X aberraciones individuales o de gustos sexuales de un obispo, un cura o un pastor o de un cardenal, estamos hablando de muchos delitos cometidos contra seres humanos vulnerables. De crímenes organizados. Estamos hablando de la conducta de delincuentes.
Los dos cleros nacionales, el católico y el evangélico, hábilmente han hecho creer a los políticos liberales y cachurecos que sin ellos no pueden ganar una elección. Y que los otros son el vivo diablo. Y a cambio han recibido radios, televisoras, universidades, exoneraciones fiscales, servicios públicos y dinero en efectivo. Y esos costos los paga el pueblo hondureño en general, penosamente.
Casi todos los gobiernos anteriores al golpismo, con raras excepciones, hicieron entrega de fondos públicos a curas, obispos y pastores, sin límites ni controles. Y podemos decir que a estas alturas de la dictadura ese poder transferido es un definidor político-electoral clave. Las iglesias son un elector indiscutible en la actual coyuntura inconstitucional, lamentablemente.
El señor Oscar Andrés Rodríguez antes del golpe de estado de 2009 era una especie de presidente paralelo del país, una vedette con enorme poder delegado primero por Callejas y luego por Flores Facussé; dirigía casi todas las comisiones relevantes del Estado y manejaba presupuesto. Era tanto el poder de esta sotana roja que ambos políticos se disputaban la patente de haberlo convertido cardenal. Era un tipo súper conveniente para manipular la masa.
Después del golpe de estado el purpurado de la elite árabe-judía de Tegucigalpa cayó estrepitosamente por haberse prestado como loro de aquellos golpistas, su influencia local fue reemplazada por un anillo de pastores del centro cristiano internacional, que se pegó como patacón al Partido Nacional hasta nuestros días.
Esta proximidad total de los manipuladores del cartel religioso pro-sistema neoliberal tiene actualmente su máximo apogeo, se dedican a bendecir el golpismo que es económicamente rentable para ellos, y ponen aceite sobre la testa de los ladrones, corruptos, extraditables por narcos.
Mientras Rodríguez Maradiaga desfallece allá lejos convertido en asesor desteñido de supuestas reformas vaticanas, lejos de su descabezada arquidiócesis, los competidores toman su lugar.
La penetración vulgar del Estado ha convertido a Solórzano, Canales, Argeñal, Barahona y otros en censores de los manuales de formación sexual en los colegios, directores de la opinión pública, policías de las píldoras antiembarazo, lectores de su biblia en las escuelas, rectores de universidades y electores de presidentes y diputados. Y para ello se atribuyen la exclusividad del acceso a dios y al diablo, como convenga a sus intereses.
Este negocio religioso de blanquear el golpe, de justificar la violencia delictiva y el crimen organizado en general, tiene un alto impacto en la espiritualidad colectiva de la sociedad hondureña. Produce un profundo vacío que daña la cultura, la cohesión social, la política, y favorece los fundamentalismos, la fuerza, el autoritarismo.
Las decepciones en la base de la sociedad se multiplican cada día por esta situación lamentable. Los fieles comprometidos emigran de los sepulcros blanqueados y dejan atrás sus colectivos religiosos, sus proyectos comunitarios, sus paradigmas. Y buscan sedientos una nueva alternativa.
Estos vacíos, lamentablemente, están siendo ocupados por grupos pseudoreligiosos que bajan de Estados Unidos con misiones asistencialistas, desarrollistas, que suplantan la fuerza ancestral de la espiritualidad colectiva por proyectos solidaristas de corto alcance. Pobladores sin alma colectiva. Ciudadanas desentendidas de su propia ciudad, barrio o comunidad. Almas autómatas.
De este modo, aquella institución cristiana que formó locutores populares de la palabra, clubes de amas de casa expertas en huertos de buen comer, liderazgos campesinos en la defensa de los derechos humanos y luchadores ambientales ejemplares, fue tomada por los entrenadores de pitones y cazadores de palomas, auténticos traficantes de la fe del pueblo.
Pero como hemos dicho en otras ocasiones, este pueblo ha visto caer las influencias de los militares mercenarios y violadores de derechos humanos, también la caída de los medios de comunicación esclavos y señores del terrorismo mediático, de los políticos liberuchos y cachurecos, y ha comenzado a ver el desplome de los religiosos corruptos, blanqueadores del golpismo. Caerán por explotadores sexuales o por ladrones. Y se tendrán que ir con su agua bendita al cementerio de la historia… Y, entonces, nuestra espiritualidad estará a salvo de su falsa religiosidad.
Buena noche!