La devastación de Honduras causada por la generación Hernández y sus socios alcanzó en diez años un nivel insostenible en términos económicos, políticos y éticos.
El grado de confianza para las inversiones se desplomó absolutamente, la moneda nacional está botada y la esperanza colectiva no encuentra la solución en el Cartel de Lempira. Obvio.
Esta destrucción neoliberal criminal llegó a tal punto de poner la economía nacional en insolvencia, sometida absolutamente a las billeteras del BID, la Unión Europea, el Fondo Monetario y el Chapo Guzmán, que prestan para someter.
La desigualdad entre los ricos sinvergüenzas y los pobres rurales y urbanos es brutal. E inocultable. Intolerable. Diabólica. Esta tiranía de narcos podridos enfrente de la gente empobrecida, ofende. Son una plaga que pudre el Estado como lo dijo magistralmente el fiscal de Nueva York.
Los miserables han causado la muerte violenta de casi 80 mil almas en la última década y la expulsión de más de 800 mil personas lejos de nuestras fronteras. Han destruido la vida y la alegría sin ninguna misericordia, y han entregado lo público a los carteles privados. Al demonio. Esta es la fotografía grotesca del país controlado por los narcos corruptos cuya culpabilidad es lo único que se puede presumir en Honduras. Canallas!
Frente a esa realidad, ahora sí bien pintada por la prensa internacional durante el juicio y condena a Juan Orlando Hernández en Nueva York, los actores del conflicto se quitan la máscara.
Los cristianos católicos, que habían estado realmente frenados por el pensamiento retrasado del cardenal nacionalista Oscar Andrés Rodríguez, terminaron desmarcándose de él para pedir un basta ya a los narcos que controlan la política.
Los evangélicos, beneficiarios de los diezmos ensangrentados de los traficantes de personas, drogas, armas y saqueadores del presupuesto nacional, se pusieron en oración para predicar la inocencia de los culpables empactados con el diablo. Fariseos!
Los medios tradicionales de comunicación, que controlan los extranjeros Facussé, Canahuati, Ferrari y el Ángel González ¡qué asco!, se pusieron definitivamente al lado del impostor que destruyó a Honduras. Y utilizan el éter, el papel y la palabra todos los días para ensuciar con basura la conciencia colectiva.
Los chafas, con las excepciones de algunos coroneles y algún general en rebelión en defensa de la Constitución, han exhibido todos sus colmillos al lado de los delincuentes criminales, pandillas del Chapo Guzmán en altos vuelos. Se han dado color absolutamente junto a la dictadura del crimen organizado.
Los empresarios del centro de Honduras, esa especie rarísima de hombres y mujeres de negocios blanqueados, banqueros árabes que robaron el capital a los judíos del norte, auténticas lacras asociadas al régimen ilegal, aparecen aquí para pedir diálogo y reformas.
De inmediato, la población que resiste desde hace diez años, les ha contestado que vayan a dialogar con su madre porque el pueblo no debe, no puede ni quiere dialogar con los empleados del cartel de Sinaloa. Y no es con reformas que va la cosa, como le encanta proponer al prócer Flores Facussé, el pueblo exige transformación.
En este debate desenmascarado por la Honduras post narcos hay un contraste evidentemente diferenciado. Las organizaciones empresariales del norte de Honduras piden la expulsión del impostor presidencial y proponen una transición política que reconstruya el Estado degradado. Mientras, los magnates de Tegucigalpa respaldan al sicimite del río grande y sugieren instalar otra vez el diálogo tonto de Carafulic, el mismo que la vieja España franquista fascista aplaude de inmediato.
Honduras sigue manifestándose pacíficamente, como lo hacen los pueblos rejuvenecidos de Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Haití, Panamá, Chile y la misma Colombia, donde no puede el uribismo servil de la industria narca.
Como bien lo dice El Libertador, en su portada digital de este sábado, el combate es contra el proyecto global de Estados Unidos y Europa con todos sus aliados y sus organismos. Y contra sus ejércitos, policías, medios de manipulación, y a veces también – lo decimos nosotros — contra esa pragmática visión electorera que juega al paro nacional y a las urnas al mismo tiempo…
Pero, por el derecho a vivir en paz: cada quien a lo suyo. Y todos a lo nuestro. Honduras se construye cada día con todas nuestras manos, excepto las manos sucias de los criminales. Manos a la obra!
Con permiso!