Durante esta semana el Covid ha mordido con sus colmillos afilados a muchísimas familias a nivel nacional.
Los casos de contagio ascienden a casi 20 mil, los muertos sobrepasan los 600 y no hemos alcanzado todavía la cima de la curva, será hasta la tercera semana de julio.
¿Dónde están ahora quienes presionaban la apertura inteligente de la economía de guerra y dónde están los miserables que abrieron las trancas en el momento más inoportuno?
Los círculos dolientes de esta masacre, casi siempre en obligado silencio, van discretos hacia los cementerios con sus seres queridos abatidos porque la discriminación es ridículamente alta.
Las iglesias tienen la boca tapada y los medios de comunicación siguen abiertos al miedo, para eso la dictadura les paga bien. A ambos.
Las noticias sobre la notoriedad de las víctimas varían según el medio de desinformación.
Hay unos decesos bien publicitados y otros completamente ignorados, unas víctimas destacadas y otras olvidadas. Y las cifras, como siempre, extrañas, increíbles, no confiables.
Honduras sufre el momento más alto de la primera ola iniciada en marzo pasado, pero falta aún el más alto de la siguiente ola. Y así, sucesivamente, hasta pasar de julio a septiembre. Todo el año.
Desde marzo hasta nuestros días la gerencia pública de la pandemia ha sido desastrosa, lamentable, digna de una dictadura controlada por militares y no por profesionales de la medicina.
Frente a este desastre evidente, las reacciones son diversas, algunas extremas, como las caravanas silenciosas que atraviesan el país hacia México y Estados Unidos. Otras se tornarán violentas, o ya son violentas.
En las fronteras terrestres del Occidente de Honduras y en la ruta de Omoa hacia Guatemala, centenares de personas huyen de Honduras. Y están sufriendo de todo a causa de su decisión.
La gente está huyendo porque su percepción del mal tiempo en el porvenir no es buena. No hay hospitales para salvar la vida, se los robaron; no hay justicia para castigar a los ladrones, ellos son el Estado. La incertidumbre galopa.
En este ajetreo, un sentimiento de “sálvese quien pueda” recorre el país, mientras el líder de la manada abandona el lujoso hospital militar con su frase de campaña ¿quién dijo miedo?
En realidad, la frase pertenece a las calles de Honduras donde nació en resistencia al golpismo armado, y fue inmortalizada en un documental de la cineasta Katia Lara.
Sin escrúpulos, el presidente impostor salió con esta frase en desconexión absoluta de la realidad circundante, haciéndose el sobreviviente, disfrazándose de continuista.
Aquí afuera de la zona de Mateo el pueblo no está pensando en censo electoral ni en elecciones. El pueblo se está muriendo. Está desesperado. Está huyendo de la improvisación, del desastre.
Pero así son los oportunistas, los auténticos cazadores de fortunas, los miserables que tienen la habilidad para ver las angustias colectivas como oportunidades de negocios.
Las nuevas caravanas silenciosas están siendo reprimidas por el ejército y la policía que Pompeo y Trump han instalado en la frontera sur de Estados Unidos.
Los 92 hospitales prometidos en marzo y los 600 mil millones de lempiras dónde están? Esa es la pregunta de la gente mientras huye.
No poder detener este nuevo éxodo forzado de la población es una tristeza muy grande para quienes trabajamos por la vida, la libertad y el derecho aquí en Honduras.
Es triste ver con impotencia la desesperación de la gente sin empleo ni salud ni educación, sin alegría ni esperanza; es devastador verles alejarse del país.
Antes de ellos, otros se fueron huyendo de la extorsión, de la expropiación de sus tierras, de las minas a cielo abierto, de los hornos solares instalados en sus aldeas, huyendo de la brutalidad de la dictadura golpista.
Es una razón de auténtica cólera ver en cambio a Marco Bográn y a su jefe, ese joh barbado, burlándose de todos nosotros. Actuando de vivos, disfrazándose de víctimas, mendigando la atención pública.
En este punto nos toca hablar en serio como sociedad. Hasta qué momento vamos a permitirle a estos canallas, a todos los canallas, seguir con esta mascarada.
Qué opciones tenemos? Desde la doctrina de los derechos humanos, acompañar a las víctimas del Covid 19 y denunciar los abusos en su contra.
Desde el Derecho, exigir a quien sea – a Kalimán si es posible – que castigue a los miserables ladrones del dolor del pueblo de Honduras.
Desde la política, deponer a los malditos narcos corruptos que han destartalado el país sólo por obediencia a la rancia oligarquía gringa.
Con todo nuestro respeto a las víctimas, a todas las víctimas del Covid19, nos despedimos tristes esta noche.
Tristes, es verdad, con la seguridad que otra vez este dolor compartido nos juntará para ser la verdadera ola. Una ola con cresta. Un tsunami de dignidad.
Buenas noches
Editorial Voces contra El Olvido, sábado 4 de julio de 2020