Este domingo 24 de marzo, el mundo recuerda el martirio del santo salvadoreño, monseñor Oscar Arnulfo Romero, mientras Honduras conmemora la vida y obra de personas luchadoras por la vida y la justicia, víctimas del Estado durante los últimos 44 años.
El 24 de marzo de 1980, el mayor del ejército salvadoreño Roberto D’Aubuisson ordenó el asesinato del obispo Romero mientras oficiaba misa en la pequeña capilla del hospital Divina Providencia, en San Salvador.
Los fieles amigos, sus hermanos y hermanas, exigen hoy en El Salvador justicia contra la estructura militar, jurídica y religiosa que asesinó a Romero, como en Honduras se exige desde ayer justicia, verdad y reparación a las víctimas del batallón 3-16 y del golpismo criminal.
No basta que ARENA, el partido de derecha criminal fundado por D´Aubisson, haya muerto como castigo del pueblo salvadoreño, como resultado “De la Locura a la Esperanza: la guerra de los Doce Años en El Salvador”.
No basta que el 3-16 haya sido sepultado administrativamente y que el partido nacional se muera gangrenado por criminales organizados, corrompido por narcotraficantes asesinos, sometido a cortes federales de Estados Unidos.
Hacen falta muchas cosas para conseguir la paz, y no basta rezar.
El ahora santo salvadoreño se pronunciaba permanentemente contra la violencia y las violaciones a los derechos humanos durante los años previos a la cruenta guerra civil, por lo que se alzó decidido como un cura outsider de la jerarquía cobarde y cómplice de su propia iglesia que escondió su cabeza como avestruz.
Por eso decimos que la deuda con san Romero de América no sólo es de la justicia salvadoreña, es también de la iglesia católica que fue la primera en callarlo.
En Honduras, la conmemoración de este 24 de marzo incluye la recordación de más de 200 personas desaparecidas y asesinadas, entre ellas precisamente las religiosas y laicas que cuidaban a Monseñor Romero, que vinieron a refugiarse a Honduras justo en esta capital donde fueron desaparecidas y asesinadas por las fuerzas armadas.
Las masacres del Sumpul y El Mozote nos unen en la tragedia a salvadoreños y hondureños en la frontera común, también la tragedia de Romero en San salvador y de sus ángeles guadianas en Tegucigalpa nos unen en la historia compartida por culpa de los canallas.
Romero fue canonizado en Roma el 14 de octubre de 2018 por el papa Francisco ante miles de personas, pero 44 años después El Salvador clama el “milagro” de la justicia. Y eso no le corresponde al milagroso Dios de los cristianos, le corresponde a la terrícola Corte Suprema salvadoreña.
Como en Honduras, la exigencia de verdad, justicia, memoria, reparación y garantía de no repetición no le corresponde al Cofadeh ni a la plaza La Merced, sino al Estado… en todo tiempo, pero mejor temprano que tarde.
Al aprobar el decreto de verdad y memoria número 22 en marzo de 2022, el Congreso de Honduras incluyó además de las desapariciones históricas también los asesinatos extrajudiciales y personas torturadas por el batallón de inteligencia militar 3-16.
El decreto igualmente refiere a las víctimas del golpe de Estado de 2009 y a los violentos fraudes electorales de los narcotraficantes corruptos en 2013 y 2017, que dejaron igualmente personas desaparecidas, asesinadas, torturadas, lisiadas para toda la vida.
Esos hechos recientes en la memoria colectiva del pueblo de Honduras no se olvidan, pero no basta recordarlos nombrando escuelas, erigiendo monumentos o inaugurando cátedras, vayamos más lejos. Hace falta la ley de reparaciones por los daños causados y hace falta castigar a los responsables, para devolvernos la paz con justicia.
Comprendemos que el buen sentido de estas conmemoraciones no es apto para personas carcomidas por la intolerancia y el odio, incapaces de abrir sus mentes y sus corazones a la reconstrucción de heridas mortales en la conciencia nacional.
No son conmemoraciones populares para las personas culpables de los hechos atroces, tampoco el objetivo es que lo sean. El objetivo es sanarnos todos. El objetivo es avanzar corrigiendo las barbaries inducidas por otros, por el hegemón.
Recordar los hechos para promover y proteger derechos fundamentales, individuales y colectivos, así como rendir tributo a quienes ofrendaron sus vidas en la lucha por la justicia, ese es el buen sentido reservado a los pueblos que no olvidan, a las comunidades que tejen a pulso su porvenir.
Estas no son fechas de glamour, no son shows en bikini de playa, son momentos profundos que nos llevan a la inspiración y al compromiso para cambiar las cosas como Romero con su Jesucristo de los pobres, como Tomás Nativí con sus calles del poder, como Tuy Montes con su sonrisa de barrio y Herminio Deras con su poderoso manual sindical.
Como ellos y ellas, a lo largo de la historia, nunca la humanidad careció de testigos que enseñaran la fuerza y vitalidad del Eespíritu colectivo, la importancia innegable de la lucha social, política e insurreccional del fusil y el Evangelio.
Como Camilo el cura, el testimonio de vida y el magisterio de monseñor Romero continúa siendo fuente de inspiración y punto de referencia para muchos que deciden seguir las huellas del Jesucristo vivo en nuestra época.
El testimonio de vida de hondureños y hondureñas que entregaron sus privilegios, su tiempo, sus energías, su libertad y sus vidas por todos nosotros también continúa hoy siendo una referencia, un ejemplo a seguir.
Que nadie se avergüence de conmemorar este domingo a sus seres queridos luchadores por la verdad y la justicia. Que nadie se esconda para exigir respeto a sus memorias y gritar a todo pulmón queremos reparación, garantías de no repetición.
El Congreso que haga su parte, está pendiente como lo dijimos el sábado pasado la legislación que rinda cuentas a las familias de las víctimas, que repare la destrucción de proyectos de vida rotos por la violencia del Estado.
Que no tengamos otra vez que mirar a las autoridades del Estado en Ginebra explicando por qué no cumplimos este compromiso del año anterior, y así sucesivamente.
Que no tengamos las víctimas que venir otra vez en marzo a irrumpir contra la casta de culpables que envían al Congreso y a la Corte sus peones más serviles a la causa del olvido y de la impunidad. No queremos eso.
Las cosas como deben ser. Que los culpables paguen y que las víctimas sean honradas y sus descendientes reparados, y la sociedad garantizada que eso no volverá a pasar.
Que así sea. Buenas noches.