Tegucigalpa.- Hace más de 41 años una pareja joven formaba una familia, los unía el amor, eran de origen costarricense, quienes deciden mudarse a Honduras, lejos de imaginar que, en este país, les marcaría la vida para siempre.
Ellos son Eduardo Aníbal Blanco y Gabriela Jiménez, una familia como tanta marcada por la desaparición forzada. Gabriela desde hace 41 años espera por verdad y que le digan donde está su esposo y padre de su hijo, que en Honduras le fue arrebatado y hoy exige justicia verdadera, para ella y el resto de las familias de las víctimas.
“Se tiene que castigar a los culpables, tiene que iniciarse investigaciones serias, investigaciones que lleven a la detención y al castigo de los culpables, pero sobre todo a la ubicación de los cuerpos, que se los puedan entregar los que están muertos a los familiares, que cese las desapariciones forzadas de aquí y violación de los derechos humanos”.
Señaló, además, que la práctica de la desaparición forzada tiene que parar, el daño que se hace a las familias, a las personas, a la víctima que fue detenida, desaparecida, no se cura, es un daño que continúa con los años, es una herida abierta y la gente merece vivir su vida en paz y con seguridad”.
A pesar de que han trascurrido mas de cuenta años de este crimen de lesa humanidad, la esposa de Eduardo Aníbal Blanco señaló que ha sido muy difícil porque las secuelas y este dolor perduran y además “uno queda con un miedo terrible a lo largo de los años de que le secuestren algún hijo, que se los lleven, que les pase algo de que yo no pueda buscarlos”.
La búsqueda de Eduardo Aníbal Blanco desde el momento de su desaparición sigue intacta, su madre llegó a Honduras en busca de su hijo, pero no tuvo respuestas, lo esperó 31 años para que regresara, pero partió de este mundo sin saber que pasó, porque le arrebataron a su hijo de esa manera.
“Su madre desde diciembre del 81 buscó a su hijo y tuvo que irse con las manos vacías, ella nunca perdió la esperanza de volverlo a ver y cuando murió, yo sentía que ellos estaban abrazados eternamente, yo por ella siento la necesidad de ir encontrar sus restos y de llevarlos y enterrarlos juntos”.
Gabriela no puede evitar que se le haga un nudo en la garganta mientras con todas sus fuerzas se contiene para no llorar, porque sabe que para exigir justicias se tiene que ser fuerte y con paso firme, aunque el alma no tenga paz, hasta saber que pasó, “donde está”.
La esposa de Aníbal era una mujer joven que al ver que después de la desaparición de su esposo sus vidas corrían peligro en Honduras, decide regresar a su país junto a su hijo y no volver, no porque no quisiera, si no por el miedo a volver a vivir de nueva cuenta un crimen de lesa humanidad, pero a pesar de lo difícil que es para ella, 41 años después está en el país para exigir al estado que la necesidad de saber, de hacer justicia son las mismas de hace 40 años.
“Han sido días sumamente difícil porque yo tenía casi 41 años de no venir a Honduras, por miedo y todavía siento un poco de temor, pero me he sentido a acompañada, me he sentido cuidada con los compañeros de COFADEH (Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras), me he sentido atendida también por la embajada de mi país, Costa Rica”.
Gabriela no pudo dejar de recordar que ese día que lo detiene para recordar cómo fueron los hechos, fue una vida intensamente, fueron alrededor de cuatro años, fuimos novios, nos casamos y tuvimos un hijo, compartíamos ideales, sueños, compartíamos un hijo.
Aníbal era un hombre lleno de amor, era un hombre muy sensible, muy trabajador, lleno de esperanzas, solidario tremendamente, le gustaba hacer poemas, le gustaba cargar a su hijo, era un hombre muy dulce, una persona buena.
Además de señalar que las mujeres de Cofadeh son mujeres tremendamente valientes, son un ejemplo a seguir, yo estoy admirada de la fortaleza, de la fuerza, de la unión, esa unión que nos hace más fuertes y cuerdas, porque esto de la desaparición forzada es para volver loco a cualquiera.