Antes del 12 de octubre pasado, la dictadura hondureña gozaba del silencio internacional casi total. Estaba escondida detrás de la Marca País.
Con la segunda, la tercera y la cuarta caravana de refugiados moviéndose hacia la frontera de Estados Unidos, ese privilegio se quebró en pedazos.
El mundo ha visto las imágenes de un pueblo expulsado por violencias, miserias, corrupción e impunidad, retenido sobre el puente del río Suchiate, en la frontera Guatemala-México.
La televisión y los periódicos han mostrado las llagas, el llanto, las causas del dolor y la furia contra JOH, contra los canallas que impiden su felicidad en la tierra que les vio nacer.
Es el pueblo de Honduras que huye en masa para pedirle asilo al país que dio el golpe de Estado en 2009 e impuso con la reelección a un civil enfermo de poder, envenenado de ambición y esencialmente corrupto.
El sufrimiento de las últimas dos semanas ha conmovido a los pueblos de la Tierra pero, lamentablemente, ha enfurecido a los gobiernos títeres de Washington.
El régimen corrupto de Jimmy Morales de Guatemala ha hecho acuerdos con la mafia hondureña para hacer sufriente el paso de los refugiados a través de su territorio.
Y Enrique Peña Nieto, en México, se comporta como un triste mandadero, ofreciendo engaños a los refugiados hondureños, para impedir su avance por los territorios aztecas. Para deportarlos a la tierra que ofrece muerte.
En la capital del imperio no podía ser peor el comportamiento de la Casa Blanca.
Ese presidente racista ha dicho de todo, sin probar nada, hasta empujar a los marines a enfrentar militarmente las olas de refugiados que huyen de los 18 departamentos de Honduras.
En Tegucigalpa, Honduras, el títere de la teniente Fulton ha ofrecido 24 mil empleos en una semana, cuando tuvo 10 años en el control si abrir siquiera cinco mil chambas dignas.
No solo eso, la dictadura cobarde ha reprimido la caravana de la dignidad, a desplazado por la fuerza la resistencia de Guapinol, ha retornado a las masacres para quebrar la matriz mediática y amenaza con criminalizar las cabezas del éxodo de refugiados.
La dictadura visible es ahora más peligrosa que antes, enseña sus dientes para decir que está más fuerte que nunca. Pero la gente le tomó la medida.
Es imposible no entender que Honduras se encuentra, otra vez, en una zona de quiebre que tendrá consecuencias para todos.
En primer lugar tiene consecuencias económicas para EEUU que deben financiar con dinero extra a sus títeres del triángulo norte, para detener el escape de la gente. Y controlar los ánimos, como les gusta decir aquí.
El quiebre tiene consecuencias políticas, que la mafia local intenta aprovechar con reformas electorales parciales para repartir el poder al estilo de 1982.
Tiene consecuencias políticas para las fuerzas políticas mismas, porque están bajo la observación ciudadana en el momento crítico cuando los electores votan con sus pies mojados.
En 1982 los llamados constitucionalistas rosuquistas floristas dieron pedazos de poder al Cohep, Partido Liberal, Partido Nacional y Fuerzas Armadas, que a su vez son controladas por la embajada de Los Próceres.
Aquella repartición no significó ningún balance de poderes que diera gobernabilidad al pueblo, lo que dio el botin fue una ruptura profunda del Contrato Social entre ciudadanía y corruptos, entre pueblo y crimen organizado. Y eso tiene que terminar.
Está por verse si esta vez la repartición del poder que están comisionado a la OEA de Almagro incluirá descaradamente a las otras bandas del crimen organizado que controlan el Estado. O no.
El pueblo no está perdiendo la paciencia, lamentablemente el pueblo ha perdido ya su capacidad de espera.
Por ahora ese agotamiento de la esperanza lo está canalizando en largos caminos hacia la zona de asilo, allá en la frontera del país que provoca sus dolores junto a los canallas de aquí.
Pero ese final de la espera también puede convertirse en otro sentimiento, que sería capaz de provocar un nuevo desastre aquí mismo.
Esta noche pedimos, una vez más, a la comunidad local e internacional, que las causas del sufrimiento deben terminar. Los que no pueden resolver el problema es porque lo provocan, entonces deben irse o ser quitados.
Y en ese dilema está la sociedad hondureña.
Nuevas caravanas vendrán para seguir reflexionando, y nuevas opiniones editoriales tendrán que acompañar la reflexión.
Editorial Voces contra El Olvido, sábado 27 de octubre 2018