En la vecina Nicaragua hay problemas, indudablemente desde hace ratos. Y los hay económicos, políticos y de derechos humanos.
Desde hace varios años durante el mandato continuo del Frente Sandinista, la población ha resentido la pérdida de libertad de expresión y la corrupción, que es fermento de males peores.
En las últimas cuatro semanas esa represa se rompió y el desbalance político es real. En casi todas las ciudades del país hay manifestaciones contra la dirección del gobierno.
En medio de la crisis, el clamor general era la apertura de la Mesa de Diálogo. Y así se hizo. Con la mediación del liderazgo católico y la presencia de Daniel Ortega, los sectores empresariales y estudiantiles descontentos, empezaron a conversar.
Los nicaragüenses conocen bien la guerra, todas las generaciones saben cómo funcionan las armas y conocen también las ambiciones permanentes del Pentágono de Estados Unidos, causante de miseria y líder del crimen organizado.
Por eso los nicas están sentados en la mesa de diálogo, porque la paz ha sido mil veces más rentable para su país que la guerra. Frente a frente se están diciendo y escuchando sus verdades. Todos exponen. Cuentan sus muertos. Todos escuchan reproches y propuestas. Y se comprometen.
La diferencia con Honduras es que aquí la elite golpista, corrupta y narcotraficante que asaltó el poder en 2009 hasta nuestros días, no respeta el diálogo como un valor democrático. Y por eso no tiene mesa ni tiene diálogo.
Desde 2010, los golpistas intentan abrir un espacio pero como un instrumento de dominación de la otra fuerza en disputa. El Departamento de Estado gringo los empuja. Ellos quieren legitimidad de los ilegítimos y quieren ganar tiempo para sus planes. Pero intentan con una agenda falsa que no aborda el problema central del desequilibrio político del país. Evaden la reconstrucción del Contrato Social. Y por eso están solos en la mesa.
Pepe Lobo nombró a Roxana Guevara responsable de convocar después de su toma de posesión, pero nadie de la resistencia asistió. En 2011 después del retorno de Zelaya en junio, el propio Lobo invitó al diálogo pero no se concretó por el mismo error de ocultar el tema principal.
En 2014 otra vez los golpistas con Hernández exhibían su falso espíritu de diálogo y en 2017, el colmo: después del fraude vulgar han pretendido imponer un diálogo que no incluye la causa del problema, ni la solución. Por eso, otra vez la resistencia social y política no está en la mesa. Están los impostores, y los ingenuos.
En el fondo, este desentendimiento político mantiene abierta la posibilidad de la confrontación, misma que alimenta lamentablemente una carrera militarista jamás vista en América Central.
El ejército de la dictadura hondureña se pertrecha con drones artillados de Israel, armas electrónicas y equipos de muerte colombianos inspirados por Washington, para imponer el falso modelo de la vida mejor y la normalidad del país que está cambiando.
En Nicaragua el ejército sandinista no pacta con los narcotraficantes ni se asocia con los paramilitares para reprimir como aquí las manifestaciones públicas y sabotear el diálogo. Esa es una enorme diferencia.
En Honduras este diálogo de las armas no produce gobernabilidad ni paz ni desarrollo. Esta estupidez produce represión, violaciones a los derechos humanos, corrupción y más crimen organizado. Y eso expulsa los capitales y afecta la esperanza.
Pero como dice nuestro compañero Carlos H Reyes, al final los pueblos nunca son vencidos. Vamos a estar aquí para ver el retorno de la rueda giratoria… que pondrá cabeza abajo a todos los cobardes que hoy oprimen la nación.
Editorial Voces contra El Olvido, sábado 19 de mayo de 2018