Las elecciones de noviembre próximo se producen 12 años después del golpe de Estado de 2009. Por eso constituyen un acontecimiento que merece al menos una rápida mirada a través del tiempo.
En aquellos días, el poder hegemónico representado por Hilaria Clinton y el Pentágono decidieron que Honduras no podía continuar alineándose con los petróleos de Venezuela y de Brasil. Decidieron que debía continuar con la Texaco, la Shell, la Chiquita Brand y con otros carteles de reputación contaminante.
En ese propósito, ni a la embajada que dirigía Peter Pan ni a la base militar del Comando Sur en Comayagua, les importó la herida profunda que provocaron al viejo partido liberal que sostenía su tranquila gobernabilidad bipartidista yesmen junto a los azules.
El golpe militar, cometido por Romeo Vásquez Velásquez con una sarta de generales obedientes a los gringos, dirigidos por un beduino del desierto hondureño, un triste cardenal azul y unos parlantes enmohecidos de televisión y radio, provocó el nacimiento de una nueva fuerza social y política: la resistencia. O mejor dicho, las resistencias.
El panorama hondureño era complejo entre 2010 y 2013, con Porfirio Lobo como figurete en el poder Ejecutivo y Juan Orlando Hernández como mandadero de la embajada gringa con plenos poderes en el Congreso Nacional y en la Corte Suprema.
La negociación del retorno del ex presidente Manuel Zelaya en mayo de 2011, a cambio de desviar las resistencias sociales, culturales, políticas y espirituales de Honduras hacia la vía electoral, para evitar la insurrección violenta o la guerra civil, le concedió toda la cancha al hijo natural de Lempira.
La organización electoral en 2013 fue una de las más participativas y conscientes que el país ha visto en su historia, ni siquiera comparable a aquella de 1982 cuando los militares conducidos por los gringos permitieron una asamblea constituyente para retornar al jueguito picaresco de las urnas estilo Honduras. Aquél momento fue perdido. El fraude se impuso en 2013.
Al mismo tiempo que el Partido Nacional preparaba el fraude, con la complicidad total de la embajada de Estados Unidos, su mandadero con plenos poderes preparaba tres terrenos que habrían de ordenar el funcionamiento real del poder en los años subsiguientes.
Uno de esos escenarios, las 120 leyes habilitantes del neoliberalismo insaciable, fue preparado por Hernández una semana antes de su toma de posesión como ejecutivo en enero 2014. El segundo acto fue la sujeción total de las fuerzas con armas a su mando militar disfrazado de civil, con abundante presupuesto y supervisión estadounidense e israelita, y por último, el reordenamiento estratégico de la estructura operacional de los carteles del crimen organizado al interior del Estado y a través de las costas y montañas del país.
En ese plan, los Cachiros, los Valle, los rojos y los H, fueron reemplazados por los nuevos aliados del Chapo en Centroamérica. Jamás la DEA, ni en Colombia, había tenido en su patio trasero un presidente y un ejército oficial con todo el poder al servicio total de la gran empresa. El siniestro señor Uribe apenas dio unas cuantas asesorías personales.
En contraposición, las resistencias antisistema que eran la oposición política e ideológica se convirtieron efectivamente en un partido político que obtuvo algunos puestos de prestigio, dignos y representativos en el Congreso Nacional, pero irrelevantes en términos de las relaciones de poder. Así, el país pasó a las manos de Hilda, Tonny, Amílcar, Juan, Elvin, Carlitos, la Fulton y otros peones del Big Brother.
Como resultado de esa chanfaina delincuencial, el país degeneró en un régimen autoritario, represivo, ilegal e ilegítimo, incapaz de producir riqueza redistributiva y felicidad humana. Los violentos ejecutores del consenso de Washington adoptaron la corrupción hasta el tuétano y se llevaron el dinero lavado a los paraísos fiscales y crearon con las zedes sus propias estructuras de empresas prósperas fuera del alcance fiscal del Estado Morazánico…
En la víspera de la celebración del golpe de Estado este año, porque los organizadores y ejecutores de 2009 celebran el golpe de Estado, porque no cuentan las personas torturadas, desaparecidas y asesinadas, porque ellos cuentan la renta política y fiscal que han obtenido en estos 12 años, en esta víspera preparan otra vez la cancha.
A un mes de las elecciones generales, ambos carteles del bipartidismo se presentan con candidatos presidenciales moralmente empobrecidos, éticamente comprometidos y legalmente inhabilitados y con un dictador de raza, un malabarista del infierno gravitando por cuarta vez con la guadaña maldita sobre la Constitución.
La víspera de 2021 se parece mucho a aquella víspera del 2014. O inclusive a los días previos a junio de 2009. Un solo grupo de delincuentes legislativos en zoom, sin quórum legal ni virtual ni real, comenzaron hace unos días a aprobar nuevas leyes habilitantes y viejas leyes prohibitivas. Sin consenso político, casi en pleno silencio electoral, criminalizan las protestas con altas penas de prisión, condonan deudas a sus amigos, blindan los archivos de los bancos para evadir al fiscal Santos, exoneran las responsabilidades fiscales de las zedes y anuncian la expropiación y expulsión legal de las familias pobres. Se preparan para un nuevo golpe de timón.
Hasta aquí llegamos, porque las avenidas son estrechas. El panorama electoral parecería estar cambiando en el último momento con alianzas socialmente fuertes, políticamente convenientes pero ideológicamente incompatibles. Por tercera vez tras el golpe la única mujer en competencia por el Ejecutivo se enfrenta de nuevo a ese hombre, a ese poder armado y a ese big brother que no quiere tratos ni con China ni con Rusia en la Tierra de Morazán.
Para resumir, llegamos a noviembre otra vez confrontados a la urgencia de una transición hacia la paz y hacia la verdadera unidad del pueblo hondureño. Llegamos a otras elecciones que confrontan de nuevo el desafío de la recuperación del Estado de derecho con la amenaza de la continuidad del crimen organizado. El viejo planteamiento de Patria frente a la nueva onda perversa de las empresas off-shore. O el nuevo golpe recargado con nacionalismos rancios, o la guerra civil… ahora sí.
Entonces, Estados Unidos que sigue sin embajador y sin embajadora en Tegucigalpa, debe decidir la vía por la cual quiere continuar en Honduras, porque su estrategia de 12 años es un fracaso total. El partido liberal y nacional, con sus militares, religiosos y medios, le garantizaron el ingreso de drogas pesadas a su mercado y la circulación de dinero blanqueado, pero no produjeron ninguna estabilidad social ni política internas. La gente murió o emigró por miles a través de México hacia su frontera sur. La economía es un desierto. La pandemia corrupta es un desastre. Puras violencias.
Por eso, una vez más les repetimos la pregunta: a quién van a elegir ustedes, muchachos y muchachas demócratas del Pentágono y del Comando Sur?
¡Hasta la próxima!
Editorial Voces contra El Olvido, sábado 16 de octubre de 2021