Discurso de Berta Oliva al recibir del Gobierno de Argentina el premio Emilio Mignone

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En ceremonia realizada en el Palacio San Martín, de la Cancillería de Argentina, la coordinadora general del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (Cofadeh), Berta Oliva, recibió el premio internacional de derechos humanos «Emilio Mignone», por su lucha en favor de la humanidad desde la organización que dirige.

A continuación compartimos el discurso pronunciado en la ceremonia de entrega.

¡Finalmente, aquí estamos!
Señor ministro de relaciones exteriores, Santiago Cafiero.
Señor ministro de justicia y derechos humanos, Horacio Corti.
Honorable familia Mignone Sosa.
Señor Horacio Verbitsky, Centro de Estudio Legales y Sociales.
Autoridades de gobierno.
Miembros de organismos de derechos humanos.
Cuerpo diplomático.
Público presente.

Como sabrá la mayoría entre ustedes, diferentes circunstancias intensas han rodeado esta ceremonia, incluyendo los vaivenes de mi salud.

Primero, el gatillazo frustrado contra la compañera vice presidenta Cristina Fernández, que erizó la piel del continente, y a quien saludo celebrando su vida entera; luego, la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos, que no coincidió con nuestro calendario, y el gran encuentro de la CELAC hace un mes, que habría sido una coincidencia feliz con nuestra compañera presidenta Xiomara Castro en esta capital.

Pero finalmente, aquí estamos para recibir con nuestras manos y con nuestros corazones este reconocimiento de ustedes. El momento nos recuerda a Mónica Candelaria, la joven de 24 años arrancada por la fuerza de la casa de Emilio Mignone y Angélica Sosa, sus padres.

Nos recuerda la luz de aquella vela que los militares creyeron apagar con violencia en 1976. Pero se equivocaron, aquí está con nosotros brillando, alumbrándonos. Candelaria heredó a Emilio y Angélica la necedad invencible de reconocer el momento exacto cuando la vida nos convoca a buscar, a denunciar y a construir el futuro.

Gracias al Centro de Estudios Legales y Sociales, una herencia vital de aquellos días crueles; al ministerio de relaciones exteriores de Argentina que asume el palpitar de la sociedad, y al ministerio de derechos humanos que reúne nuestros espíritus con todas y todos ustedes aquí presentes.

Es un honor recibir este reconocimiento, que coincide en nuestros dos países con una crisis innegable de los partidos judiciales. De las élites que, perdiendo la vergüenza proporcional, hacen todo a su alcance para convertir los poderes judiciales en los patios traseros de sus negocios particulares, utilizando a políticos sin escrúpulos. Eso pervierte la justicia como derecho humano de la colectividad y, como vemos, eclosiona inevitablemente la política.

En mi país venimos apenas saliendo de un tenso proceso de nombramiento del nuevo poder judicial, que ha coincidido con audiencias públicas en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Allá 4 ex magistrados destituidos de forma arbitraria en 2012 buscan justicia. Es un juicio contra el Estado de Honduras por la intervención vulgar de la élite política que gerenció el golpe de Estado hasta 2021. Esa élite es instrumento, a su vez, de mafias internacionales que venden sueños imposibles. Desde Miami, Viena y Seúl impusieron la idea de construir republiquetas dentro de la República, llamándolas zonas especiales de desarrollo, que reclaman soberanías y territorios propios e intocables dentro del país. Violaron la Constitución del país.

La semana pasada no teníamos muchas opciones entre una vieja Corte que legalizó el golpe de Estado de 2009 y afianzó una dictadura con fallos habilitantes para degradar el Estado de Derecho. Esa Corte retorció la Constitución para reelegir al líder de una manada, Juan Orlando Hernández, extraditado hace un año y pendiente de sentencia en Nueva York por tráfico de drogas a gran escala y posesión de armas de guerra (creo que tenía amigos aquí…).

Ustedes, por su parte, tienen su propio problema con un poder judicial que, según las noticias, hace cacerías políticas en nombre de sectores que se refugian en los viejos parapetos mediáticos. Esos son los mismos tinglados que en su momento negaron las desapariciones de nuestros seres queridos y construyeron narrativas de odio preñadas, a la vez, de correlatos racistas, misóginos y amnésicos. Los conocemos muy bien, porque se parecen demasiado.

Yo estoy aquí para recibir con amor este reconocimiento en nombre de las tres generaciones que han sucedido a los hechos violentos de 1980 a 1992 en Honduras, que nos dejó la herida profunda de más de 200 desapariciones y asesinatos políticos. Lo recibo también en mi nombre propio.

Acepto este reconocimiento para dignificar las víctimas de la ocupación militar de Honduras por Estados Unidos que nos impuso la guerra contra El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Lo acepto también por la dignificación de Argentina, cuyo ejército manchó el nombre de esta sociedad enviándonos más de 50 asesores de muerte entre 1980 y 1985. Ellos llegaron para entrenar en tortura, persecución y secuestro a los militares hondureños, que desaparecieron nuestros seres queridos. Son parte de nuestra tragedia. No lo olvidamos ni lo perdonamos.

Como dice León Gieco en su canto de Memoria, aquello ocurrió “cuando el fútbol se lo comió todo”. Nosotras no podíamos en aquellos días contra Carlos Cavándoli, Santiago «Balita» Villegas, Héctor Francés, Mario Davico, Osvaldo Riveiros, Mario Holl el Balín, Jorge de la Vega, Carmelo Grande, Emilio Jasón y otros, todos argentinos contenidos en el libro de nuestro querido comisionado Leo Valladares “Los hechos hablan por sí mismos”. Estaban en su mundial.

Todo aquello era orquestado por la CIA y Ronald Reagan para integrar la fuerza Cóndor contra la vida, contra la libertad y contra el amor. No lo olvidamos. El ejército argentino, a través de Fabricaciones Militares, hacía negocios con material bélico secreto a Honduras y obedecía a la Junta de Leopoldo Galtieri, para ir a Tegucigalpa a entrenar para matar. Todo está guardado en la memoria, que pincha a los pueblos que no la dejan volar libre como el viento.

Este pódium me hace recordar esos hechos y también al general Martin Balza, quien era jefe del ejército en 1996, cuando el comisionado de derechos humanos, Leo Valladares, vino a buscarlo aquí a Buenos Aires para preguntarle sobre este capítulo que nos une en la tragedia. Balza reconoció las atrocidades de Mendoza, Videla y Macera, y pidió perdón a ustedes.

Un día el general nos pidió autorización para visitar nuestro Hogar contra el Olvido, un centro ceremonial que comenzamos a construir en 1990 al sur de Tegucigalpa. Llegó y nos pidió perdón a nosotras también en ese lugar. Es el único militar que ha entrado con nuestro consentimiento. Y valoramos su gesto. Pero no basta, como bien sabemos.

Hoy estoy aquí precisamente para conversar con ustedes sobre eso que nos falta por hacer conjuntamente. Tenemos algunas ideas importantes. Estos no son hechos que la humanidad va a olvidar sin procurar la verdad, la justicia y la garantía de no repetición de los hechos.

Este acto oficial de hoy, el primero con nuestra organización, es un comienzo de la reparación moral a las víctimas en Honduras. El premio Mignon de parte del Estado de Argentina es una acción política que valoramos profundamente en ese sentido.

Es un acto concreto que llega en un momento especial para Honduras, donde una mujer con más de dos millones de voluntades derrotó en 2021 una dictadura de cocaína y de violencia de 13 años, un modelo que no era de desarrollo ni de producción de empleos y riquezas. Producía 550 mil kilogramos de drogas por año. Y ese modelo ensució todo. Volvieron con ellos las desapariciones. E hicieron perder a la gente la esperanza. Y ustedes vieron a nuestro pueblo huyendo en caravanas de 30 mil y más personas juntas a través de México.

El tiempo de Xiomara Castro en Honduras representa el tiempo de la resistencia social que mantuvo presencia en las calles durante casi dos años cuando el mundo nos daba la espalda y nos olvidaba, como aparentemente hacemos hoy con la insurrección de Perú.

Con la primera presidenta en la historia republicana de Honduras podemos impulsar un poco más los planes de nuestros sueños, y con la experiencia de ustedes vamos a tener mucha más fuerza.

Nosotras no olvidamos la posición de Argentina en aquellos días tristes de regreso a los gorilas uniformados y a las manadas de coyotes hambrientos hablando en nombre de la democracia. Nuestra organización sufrió el tropel de aquella involución. Fuimos gaseadas, perseguidas y bloqueadas en las cortes y en los tribunales. Para entonces, la compañera Cristina Fernández metió su cuerpo en solidaridad con nuestro pueblo, y eso lo guardamos en el alma.

Ayer, igual que hoy, querida Cristina, las mujeres somos víctimas de los discursos de odio lanzados por sectores impunes que no pueden, sin embargo, con nuestra determinación y perseverancia.

Como dijo Santiago Mitre en la rueda de prensa posterior a la proyección del filme “Argentina 1985”, nosotros creíamos que el juicio del 85 había saldado para siempre la violencia como posibilidad de resolver conflictos políticos, pero no. Y eso “es algo que repudiamos enérgicamente».

En medio de las turbulencias actuales, profundizadas por el nuevo orden global, aquí estamos. Somos sobrevivientes. Vamos a seguir haciendo retumbar nuestra voz.

Aquí estamos hoy de paso, pero queremos llevarnos a casa la pedagogía de su memoria desde la Plaza de Mayo, la innegable inspiración por la justicia a los culpables desde “Argentina 1985”, y también su política social de preservación y multiplicación de los lugares emblemáticos, que honran la memoria de las víctimas. Que surjan de esta hermandad Cofadeh-Familia Mignone-Estado de Argentina nuevos desafíos e iniciativas para golpear el timón de la lucha por la justicia, los derechos humanos y la memoria de nuestros pueblos. Hablemos de esto más tarde y mañana. Estamos listas.

¡Muchas gracias!