La corrupción es criminal e inmoral, y representa la máxima traición a la confianza pública.
Es aún más perjudicial en tiempos de crisis, como está ocurriendo ahora en el mundo con la pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19).
La respuesta al virus está creando nuevas oportunidades para explotar la supervisión débil y la transparencia inadecuada, desviando recursos que debían estar destinados a personas que se encuentran en su momento de mayor necesidad.
Los Gobiernos pueden actuar apresuradamente, sin hacer las debidas comprobaciones sobre los proveedores o sin determinar precios justos.
Los comerciantes sin escrúpulos venden productos deficientes, como respiradores defectuosos, pruebas mal fabricadas o medicamentos falsificados.
Y la connivencia entre quienes controlan las cadenas de suministro ha dado lugar a que algunos bienes muy necesarios tengan unos costos escandalosos, lo cual causa desviaciones en el mercado y deja a muchas personas sin posibilidad de acceder a tratamientos vitales.
Tenemos que trabajar juntos para poner fin a esos robos y a esa explotación adoptando medidas drásticas para poner fin a los flujos financieros ilícitos y los paraísos fiscales, abordando los intereses particulares que se benefician del secretismo y la corrupción y ejerciendo la máxima vigilancia sobre la forma en que se gastan los recursos a nivel nacional.
Juntos, tenemos que crear sin demora unos sistemas más sólidos para la rendición de cuentas, la transparencia y la integridad.
Tenemos que hacer que los líderes rindan cuentas.
Los empresarios tienen que actuar con responsabilidad.
Es esencial contar con un espacio cívico dinámico, con acceso abierto a la información.
Asimismo, debemos proteger los derechos de quienes denuncian las fechorías y reconocer su valor.
Los avances tecnológicos pueden ayudar a aumentar la transparencia y a controlar mejor las adquisiciones de suministros médicos.
Los órganos de lucha contra la corrupción necesitan más apoyo y empoderamiento.
Las propias Naciones Unidas siguen dando prioridad a la transparencia y la rendición de cuentas, tanto dentro como fuera del contexto de la respuesta a la COVID-19.
Para muchas personas de todas las regiones, la corrupción es desde hace tiempo una fuente de desconfianza e indignación contra sus líderes y gobiernos.
Pero la corrupción en tiempos de la COVID-19 podría llegar a socavar gravemente la buena gobernanza en todo el mundo, y a desviarnos aún más de nuestro camino hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Insto a todos los gobiernos y a todos los líderes a que actúen con transparencia y responsabilidad, y a que utilicen los instrumentos que ofrece la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción.
Esta es una plaga antigua que está adoptando nuevas formas. Redoblemos nuestra determinación de combatirla.