Mi nombre es Jessica Mariela Sánchez Paz. Soy ciudadana de esta matria tanto como lo soy de un pedazo de tierra junto al mar, al Sur de las Américas.
No diría que soy particularmente valiente pero es difícil que corra al primer susto, que calle al primer grito, o que huya ante el primer peligro. Los accidentes, enfermedades y ahogos de mi infancia dan fe de eso. Adicionalmente, tuve muchos años de práctica en enfrentar la muerte en mi propia casa, bajo ‘la figura de un hombre que se decía mi padre a fuerza de golpes y cuchillos, mientras fuera en las calles, un Sendero Luminoso, nos hacía correr bajo la amenaza de bombas o secuestros. Aún así diría mi abuela «no aprendo a ser una buena mujer» ya que soy irreverente, deslenguada, confrontadora dirán algunos y «políticamente incorrecta». Sobre todo, creo que soy y seré una mujer de palabras.
En definitiva soy como cualquiera de ustedes. Alguien que sabe escribir, hablar, contar lo que le pasa. Soy como todas las que no nos atrevemos a hacerlo. Por eso lo cuento, porque sé que hay cientos de historias parecidas a la mía y empiezo diciendo que hace unos días compartía un conversatorio sobre las causas de la violencia junto a las compañeras del Foro de Mujeres por la vida. En la mesa principal estábamos algunas y otras en círculo alrededor comentaban de otro evento similar, uno de los últimos donde estuvieron presentes Bertha Cáceres, Magdalena Morales y Margarita Murillo, como algunas de las que habían pasado por allí. Yo pensé inevitablemente en Gladys Lanza. Las que estábamos allí la mayoría creyentes populares, pensamos en tocar madera para que la suerte de estas mujeres valerosas no pudiera ni siquiera vernos la cara: ni judicializadas, ni asesinadas, ni criminalizadas, ni muertas por un sistema que de una u otra manera trata no solo de atar, si no de rompernos las alas. Y más que las alas, de silenciar nuestras palabras y quebrar nuestros cuerpos, estos espíritus poderos que nos guían como un río que no cesa. A nosotras y a otras más.
No voy a contar aquí todas las agresiones de las que hemos sido objeto tanto mi familia, como yo desde el año 2009. Solo diré que entre ellas se encuentran detenciones ilegales, secuestro, agresiones, robos, golpes hasta el gradó de romper bastones policiales en cuerpos, fracturas, huidas, fundiciones de carros y recientemente persecuciones. Como la que me encontró el pasado 22 de agosto mientras salía de una reunión en derechos humanos a pocas cuadras del centro de la ciudad y me di cuenta de que las llantas de atrás del carro que manejaba, fallaban.
El señor de la llantera donde acudí me explicó que eran cortes limpios, imposibles de hacer en las pocas cuadras que había recorrido, a no ser, que de casualidad hubiera caído en un filo cortante de aproximadamente 6 pulgadas que atrapó las llantas. Difícil, pero probable. Una vez arreglado el problema, manejé a casa y observé al arrancar que un carro gris, turismo, vidrios polarizados estaba detrás de mí. Lo pude ver porque salí en contravía y me siguió así que pensé que podría estar perdido, luego volví a doblar dos veces en contravía y el siguió conmigo. Logré perderlo al llegar a un centro comercial vigilado y concurrido con la adrenalina hasta el tope. Luego me enteré que este carro ya ha sido visto en otras persecuciones y agresiones.
El día siguiente, la casa de mi hermana fue asaltada y se llevaron equipo fundamentalmente. Puedo decir que no fue robo común, como el que me hicieran hace unos años, donde nadie, a pesar de ser una «colonia segura» con una sola entrada y salida, más vigilantes que le preguntan a una sus señas y hasta de qué color tiene el hígado para dejarle entrar, supieron del robo. Los vecinos no vieron, ni oyeron nada. Como le pasa ahora a cualquiera de nosotros/as.
En esta misma línea de hechos aparentemente aislados, hace un mes me hurtaron la cartera y el Ministerio Público se quedó con mi cédula con el pretexto de que era «medio prueba» y yo desconcertada de nuevo, dejé que se la llevarán, sin poder siquiera decir que no tenían derecho a hacerlo. El año pasado fui detenida por seguridad del aeropuerto bajo la excusa primera que era una elección de la máquina al azar, luego porque se suponia que llevaba algo sospechoso en mi monedero y después cuando exigí que me dejarán ir, por estar «alterando la seguridad del aeropuerto». Casualmente iba a un evento sobre mujeres, derechos humanos y seguridad. Supe en estos días que me es más fácil defender a otros que a mi misma. Supongo que por la duda de que a mi me pasen de verdad estas cosas, cuando me están ocurriendo desde hace años. «Negación» le dicen.
El 23 de agosto de este año me acerque al COFADEH a denunciar, donde debo decir hallé la protección que estaba necesitando, junto a otras voces de compañeras feministas, del Alto Comisionado, organizaciones amigas y algunas del movimiento social. Desde aquí se envió una solicitud al Mecanismo Nacional de Protección del cual soy parte como consejera de sociedad civil. La respuesta escueta fue que se consideraba que la primera entrevista no había dado los elementos suficientes para inferir que me encontraba en riesgo por lo menos en las próximas 72 horas y que si ocurría otro tipo de incidente, me comunicara al teléfono de emergencia del mecanismo. La directora del Mecanismo, ni siquiera contestó a mis llamadas. Si esto pensé, lo hacen con una persona que ha ayudado a construir desde el reglamento de la Ley hasta la arquitectura y la conformación del propio mecanismo, puedo inferir como se trata a las y los demás defensores/as y comunicadores/as. Yo que soy una de las organizaciones que represento a muchas otras ante el Consejo de protección me sentí impotente, angustiada y totalmente desprotegida por un espacio que ayudé a construir.
Escribo este texto para decir que estoy cansada sí, pero no me rindo. No me iré de los espacios en los que estoy representando a otros y otras, hasta que ellos que son mi base, me lo pidan. Dejo constancia que me persiguen, me hostigan, me violentan y a nivel de Estado no existe una política integral de protección, ni un elemento de prevención para aquellos que somos perseguidos o acosados. Una pregunta que me quedó en el aire el día que recibí
la respuesta del Mecanismo de protección fue: ¿Debo esperar a que me disparen, me encarcelen o atenten contra mi vida para ser sujeta de protección?, ¿Cuántas veces tendré que denunciar que me persiguen o me llevan presa o que estoy acusada de algo? ¿no es la misma historia que les pasa a defensores/as, comunicadores/as y periodistas, en un ciclo que se repite?, ¿Cuántas veces le pasa esto a nuestra gente, la común, cuando defiende sus derechos?
¿Acaso no nos pasa a todos/as en algún momento? No puedo evitar compararme con las compañeras que hace años atendíamos por violencia doméstica, cuando llegaban a las postas policiales agredidas emocional o físicamente y los policías ante su denuncia les respondían: «regrésese, eso no es nada, cuando la estén matando ahí nos llama». Como un compañero dice valientemente: No debemos, ni podemos acostumbrarnos a que esto sea normal, una agresión por leve que sea y un tratamiento de este tipo por parte de sistema patriarcal y neoliberal, no son normales.
Dejo constancia que amo la vida, que’ no tengo vocación de mártir, porque me salto esa vocación del sacrificio maya que a veces emulamos las mujeres. Seguiré luchando por ella y por esta matria que es mía. Seguiré hablando y denunciando a los patriarcas que nos la quitan así como el aire que respiramos y la tierra sobre la que habitamos. Seguiré denunciando la ineficiencia de un Estado que no solo, no puede garantizar la integridad de sus ciudadanos, sino que permite que asesinen a sus mujeres de las formas más crueles posibles sin que haya ningún tipo de castigo. Seguiré hablando y denunciando que un violador de derechos humanos de cualquier denominación o tinte político no debe presidir una Secretaría de Derechos Humanos, que ha costado el trabajo y la vida de decenas de personas. Porque debe de haber otro modo de ser.
Seguiré denunciando a los violentos y captadores del poder de las mujeres, sean de mi bando o del contrario. A los que ejercen violencia política de cualquier tipo. Seguiré criticando a los espacios oficiales donde tienen secuestrada a la palabra, porque estos espacios son o deberían ser de todos y todas. Seguiré teniendo mil pretextos para vivir, para pelear por las violadas, por los torturados, por las desaparecidas, por la abolición de las concesiones, por romper las cercas que imponen los terratenientes o las transnacionales, por detener las criminalizaciones, las detenciones y la cárcel, por un Código Penal que retrocede y criminaliza a los más pobres y excluidos/as. Por esta matria que se muere de pobreza, pero que se puede ver, cantando, orando, bailando y resistiendo, desafiando la opresión en sus retoños libertarios, mordiendo las cadenas que se oxidaran un día de tanto querer retenerla. Así creo verla.
Este es un llamado a construir esta historia, juntos y juntas. A esas defensoras, defensores y comunicadores que todavía están siendo criminalizados/as por un Sistema que no los protege de la manera oportuna y eficaz que deberíamos tener, es un llamada a la demanda en la inmediatez de la acción, no cuando nos agredan físicamente, si no, antes cuando sufrimos violencia de cualquier tipo, porque hay que llamar las cosas por su nombre, eso es, una violencia que no es considerada corno tal, que se ven como hechos aislados, casi invisibles. Estos hechos conectados son una red que no podemos ver, de tan fina y bien armada que está, como una telaraña.
Aclaro, todos y todas podemos ser defensores y defensoras. A más de alguno nos ha tocado por elección o a nuestro pesar, defender a alguien, eso nos vuelve defensores y nos involucra en la lucha por esta violencia en nuestra contra, a vista y paciencia del sistema estatal, judicial, legislativo y muchas veces de la comunidad internacional. Este tipo de violencia va dirigido a callar las voces. A amedrentar a quien piense, emita juicios o se exprese de forma diferente, a los irreverentes de cualquier tipo, a las que no nos conformamos, a los nos rebelamos ante cualquier tipo de restricción del pensamiento, la acción o la palabra, a las que planteamos que otra forma de ser es posible.
Me gusta pensar que soy una palabra. Una que a ciertas personas no les gusta escuchar, ni leer porque creen que es una sola. Yo estoy acompañada de cientos de palabras, que son ustedes, el pueblo, las mujeres. Que no se les olvide que por muy diferentes que podamos ser y aunque al principio no nos conjuguemos, con el tiempo, juntas, podremos escribir una buena historia o componer una hermosa sinfonía. Una que se irá construyendo de sonidos, ritmos y otros fonemas, ideas que seguirán bailando, luchando, contando la historia de un país de nombre vencido y horadado, poco nombrado, pero resistente y lleno de ternura, como sus mujeres, como algunos de sus hombres.
Vendrá un día que estas honduras dolidas puedan tener esa revolución que tanto anhelamos, una de verdad y no una de esas farsas políticas que nos venden. Una verdadera bajo otra lógica, bajo «otra forma de ser humana y libre». Una que lideren las mujeres de este pueblo. Hemos empezado a salir del silencio y esta matria ha empezado a contarse a su misma infinitamente, porque la palabra, el baile, la música, la poesía, la esperanza nunca mueren, aunque sus recipientes estén dolidos o inmóviles. La palabra sigue viva mientras haya historia, porque es traviesa, porque es mañosa, porque es bella y nos salva del dolor, pero sobre todo porque es una demostrada sobreviviente …
Y como dice Juana Pavón, ara cerrar con alegría este testimonio febril de unos días por descontado difíciles retomo su frase: «Que se jodan, somos eternas». Como las palabras.
Jessica Isla
En la ciudad de las persecuciones
Septiembre 2017