Para una sociedad machista, de tradición autoritaria como la hondureña, ha sido un dolor de parto abrirle la puerta a una mujer para que ejerza la presidencia del gobierno.
Solo la resistencia social multisectorial y la resistencia políticamente diversa lo pudo hacer posible.
Imaginemos, por un instante, ese mismo dolor en las entrañas de la sociedad mexicana.
Xiomara y Claudia viven en carne propia ese dolor, y ambas son responsables del cambio de Era en el continente y, por lo que vemos, en el planeta.
México, como Honduras, es víctima de la violencia colonial española, del pillaje de sus recursos naturales por Estados Unidos y del narcotráfico, arma geopolítica del imperialismo global.
Para una mujer, considerada en la visión del judaísmo cristiano, un ser accesorio, salida de una costilla, condenada a la sumisión y a parir hijos a los hombres, es un acto monumental tomar el control político del Estado.
Ese acontecimiento para los hombres es profundamente doloroso. Significa una inversión total de los mandatos mentales, es aceptar que el modelo de masculinidad impuesto por el judaísmo cristiano colonizador– basado en la fuerza, en la violencia, el desamor, el cinismo y en las armas –fracasó, porque ese poder acabó destruyendo la vida del entorno. Y porque se necesita un relevo dulce, inteligente, firme.
Los pueblos lo van entendiendo bien, aunque tarde. El derecho a elegir y a ser electas estaba vigente para las mujeres desde 1971, a fuerza de lucha, a fuerza de sacrificio.
Entre 2018 y 2024, el sexenio de Manuel López Obrador, basado en principios sencillos del humanismo cristiano liberador: no mentir, no robar, abrazos y no balazos, primero los pobres, entre otros, significa la derrota del neoliberalismo insaciable. Primera enseñanza.
Una cárcel convertida en un museo, un sueño maya transformado en el tren del sur hasta Guatemala, y quizás hasta la Honduras Maya; un país empobrecido transformado en la séptima economía del mundo. Un salario incrementado en 110 por ciento sin inflación. Etcétera. Sin embargo, el animal peludo sigue ahí.
México y Honduras son víctimas del narcotráfico como expresión de la política exterior de Estados Unidos. Víctimas de la injerencia, de la violencia. Una empresa rentable depredadora de la paz comunitaria, de las instituciones públicas, de la armonía política entre las élites. Un destructor de la dinámica económica.
Esa empresa brutal quería destruir la obra gigante del gobierno de López Obrador, vitoreado como el mejor presidente de la historia de México. El aplaudido tabasqueño pudo terminar muy mal por decisión de la DEA. Lo salvó su instinto, su experiencia, su sabiduría política.
La Agencia Antidrogas de Estados Unidos intentó sin éxito controlar la campaña electoral de 2024 para matar la moral de AMLO llamándolo presidente narco e intentó facilitar el regreso de la derecha fascista narcotraficante del PRIAN derrotando a Claudia.
Pero la DEA no pudo destruir la Cuarta Transformación impulsada por el presidente López Obrador ni puede detener la continuidad de la profundización de la 4T con Claudia Sheibum Pardo.
Con más de 35 millones de votos aportados desde las entrañas del México profundo, el partido MORENA recibió la delegación total del poder político de la federación de los estados unidos mexicanos, y nos deja una segunda enseñanza al mundo: el odio no puede triunfar sobre el amor.
Apenas pasadas las elecciones, lejos de esos sentimientos, vino la venganza de la Agencia Antidrogas que ocupa México. Comportándose como un cartel criminal, el 4 de agosto cometió una violación grave a la soberanía de México, para tratar de enlodar la despedida de López Obrador.
Tal como lo recomendaron los sectores extremos de la campaña electoral de republicanos y demócratas, un comando especial penetró clandestinamente hasta la profundidad de Sinaloa para meter en un avión privado a los dos machos alfa confrontados, el hijo del Chapo Guzmán – Joaquín Guzmán López – y el Mayo Zambada. Ambos servían a la gran empresa.
Sin embargo, esa violación a la soberanía de México, como la cometida en abril de 1988 contra Honduras, dejó incendiado el Estado de Sinaloa y sus vecindades, más de 80 muertes violentas a la fecha. Es evidente que, cuando faltaban dos meses para el traspaso de mando, la intención era perversa. Era incendiaria, distractiva.
Igual es ahora el timing contra la nueva presidenta, la primera mujer comandanta de las fuerzas armadas. La noche del martes 1 de octubre, después de la gran algarabía por la toma de protesta, una camioneta con 33 inmigrantes del mundo fue ametrallada en Chiapas por soldados del ejército mexicano.
Al menos seis migrantes murieron. Eran salvadoreños la mayoría, un peruano y un egipcio. Otras 10 personas sobreviven, heridas. El resto de migrantes procedían de Nepal, India, Egipto, Arabia Saudita, Pakistán y Cuba. Iban hacia Estados Unidos que tiene elecciones pronto.
Con este hecho, el suprapoder injerencista que Xiomara denunció en la ONU la semana pasada, quería dejar mal a la primera mujer presidenta de las y los mexicanos.
Es el mismo suprapoder que NO necesitó la extradición en 1988 para llevarse de Tegucigalpa a Ramón Mata Ballesteros, acusado sin evidencias de matar al agente Enrique Camarena en México.
Es el mismo poder del Departamento de Estado y el Comando Sur, utilizando sus agencias, la CIA y la DEA, para tirar las cuerdas de la justicia selectiva en el período electoral.
Con la filtración de videos, de noticias falsas y granjas de robots con inteligencia artificial, intentan lo mismo contra Xiomara Castro e intentarán igual contra Rixi.
El pueblo de Honduras, como el de México, debe estar listo para enfrentar, del modo que sea, la conspiración no importa si ésta viene de la woman del comando, la señora del centro Carter, la doñita de la embajada, la mujer del empresariado, la dama de la internacional del desarrollo o la mera-mera de la agencia.
Máxima atención, señoras … y señores.
Buenas noches