Por: Félix Cesario (poeta, periodista e histórico defensor de DDHH)
Uno de los poquísimos personajes que justifican mi infancia es: don Sabas Guifarro, con este nombre y apelativo lo recuerdo, su segundo apellido se pierde en los rescoldos de la memoria. Lo conocí a la edad de mis casi siete años, me lo presentó el abuelo Félix Alvarenga; los dos personajes eran propietarios de una comprobada moral y una ética a prueba de todos los avatares de los años.
Ambos eran nacionalistas de boca, nunca fueron a una manifestación, los candidatos iban a visitarlos Uno que lo recuerdo como si fuera ayer es don Juan Manuel Gálvez. Por lo demás eran hombres de palabra de honor.
Seguro estoy de no falsear a la historia y, quien lo dude aún hay gente de antes, en ese caserío, escenario de lo aquí relatado que, pueden afirmar y ratificar lo aquí dicho, de cómo se gana el respeto en tierra de hombres de sangre caliente y, que su sola presencia los hombres de aquel caserío de mi nacimiento, de cuyo nombre no deseo acordarme… al pasar al lado de estos personajes, se destapaban y con reverencia decían “buenos días don Sabas, buenos días maestro Félix”.
Este recuerdo que relato aquí, fui testigo presencial: estando don Sabas y mi señor padre Cesario Padilla y Padilla, bebiéndose unos huacalitos de molonca o chicha, en casa de Laya Cabrera, madre de Domingo Cabrera, como a las cuatro de la tarde repentinamente se apareció Domingo Cabrera en estado de ebriedad y, cuando vio a don Sabas le dijo: “así te quería encontrar hijo de tu madre, ahora me vas a pagar el mondongo que no me cumpliste”. Acompañado de palabras muy groseras lo amenazaba con un guarizama (machete) de pelea. Y con el apuntaba hacia don Sabas quien dicha sea la verdad no se inmutó. No dejó de empinarse hasta el último sorbo de la chicha y, a pesar de que sangraba de los puyonazos en su abdomen, le dijo a Domingo Cabrera “Mire amigo Cabrera no se preocupe por su mondongo, pase usted pasado mañana y le prometo que no se lo venderé, sino que será un honor y placer regalarle un grandioso mondongo amigo cabrera”.
A todo esto mi papá así como doña Laya Cabrera lograron apaciguar las puras golillas (amenazas) de bolo de don “Domingo mondongo” como se le conoció desde esa tarde en que, el respeto y la serenidad se impusieron ante la violencia.
Hoy recuerdo a “Domingo mondongo” o “Domingo bamdul” a pesar de tantos años de este percance.
He tratado de relatar este episodio de cómo se es prudente ante el peligro, y que sea quien sea el agresor o agresores, lo respetaran en la medida que cada uno se lo ha ganado con la dignidad, honestidad, serenidad y convicción de defender una causa justa.
Vea usted amigo y amiga que leen estos apuntes, dirán, ¿y qué pintan esas cosas de tiempos pasados? y tienen razón, solamente que se equivocan aquellas personas que no consultan a la historia, que no buscan auxiliarse del pasado para ver de qué temple o madera es la guitarra del cantor y la madera del lápiz con que se relatan los sucesos históricos.
Pues bien, vamos al grano, al porqué de este relato, escuchen, léanlo y no lo olviden:
El pasado 15 de septiembre, nos manifestamos en la gran marcha de “no a la reelección” y a la altura de la iglesia la Guadalupe, en el bulevar Morazán, de Tegucigalpa, fuimos brutalmente gaseados, estuve a punto de morir intoxicado, de no ser por la ayuda de personas conocidas quienes me rescataron entre el humo y gases tóxicos.
Una vez pasado la brutalidad de los militares y policías, mi hijo Cesario Padilla y mi hija adoptiva Sandrita, decidieron llevarme a mi casa de Los Desaparecidos, el Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (COFADEH), con mi estado emocional y mi salud anímica decidí ir a refugiarme a donde las Madres de los pañuelos blancos.
Faltando una media cuadra para llegar a La Casa de la Memoria y contra el olvido, vi un contingente de unos 150 agentes COBRAS y unos 100 policías. Observé que en la pared de la Casa contra el olvido estaban colgados los rostros de las y los asesinados políticos en el marco del golpe de Estado del 2009. Asimismo, en la pared de enfrente vi a Bertha Oliva con una serenidad que sólo poseía don Sabas Guifarro, valor, prudencia ante la guardia pretoriana.
Vi y escuché como la horda de los pretorianos COBRAS comenzaron a golpear sus escudos con los toletes en señal de avanzar.
Yo con todo y temor me abracé a Bertha Oliva (Coordinadora general del COFADEH) y nos mantuvimos firmes sin señal de apartarnos. Ante tanta amenaza Bertha Oliva les dijo “no nos moveremos, si ustedes gustan señores, pueden pasar por la acera y dejarnos terminar esta entrevista en vivo que estamos brindando -a un canal de televisión- y que se les está filmando a ustedes su amenazante manera de agredir a nuestro pueblo… no nos quitaremos… pueden pasar por las aceras. Y le hicieron caso, como si se los ordenara un -mando- superior.
Esto me recordó que Berta Oliva sacó el mismo temple de su abuelo Sabas Guifarro, quien afirmó una de las tantas tardes que conversamos “mire amigo Cesarito, nunca pretenda imponer respeto, hay que ganarse el espeto para que lo respeten”.
Berta Oliva Guifarro, además de heredar la frialdad, la prudencia y paciencia del su abuelo, ha demostrado que el COFADEH se ha ganado el cariño del pueblo hondureño y ha impuesto el respeto ante el odio del patio, el asombro, cariño y reconocimiento de la comunidad nacional.
Berta y el cariño se multiplica, y el terror no acaba…