Hace 200 años, los independentistas optaron por la república como forma de gobierno a fin de organizar un Estado fuerte, con poderes interdependientes y complementarios, al son de las grandes ideas de los iluministas franceses y de los sabios griegos.
Morazán, que era líder político revolucionario de ese momento, impulsó además el federalismo como la fuerza de la unión de las nacientes repúblicas. Un solo bloque de países independientes. Una región hermanada por sus luchas y por su historia.
Pero en las sombras, los lamebotas de los imperios inglés y estadounidense, inspirados por sus ínfulas monárquicas, trabajaban para botar el gran proyecto centroamericano que marchaba al estilo de Bolívar en Sur América. Asesinaron en Costa Rica a nuestro «Bolívar de Centroamérica».
Hoy estamos a punto de entrar a la semana del máximo cinismo, cuando las fuerzas políticas que mataron a Francisco Morazán van a usar su nombre para desfiles patrioteros y discursos chafaróticos, mientras enajenan la Patria de sus madres.
Han pasado apenas dos centurias para los países de la región más privilegiada del continente americano; es decir, desde 1821 a la fecha, podemos hablar todavía de naciones jóvenes si les comparamos a las milenarias culturas del mediano y lejano oriente, o aún de la vieja Europa.
Hay muchas maneras de mirar hacia este acontecimiento del 15 de septiembre de 2021. Una de ellas es a través de los modelos adoptados desde la federación, la entreguista revolución liberal de 1888, el mercado común de los 60, la integración regional, la ocupación militar, el Alca y el TLC gringo, hasta caer en el modelo actual del crimen organizado.
En comparación a Panamá, Costa Rica, Nicaragua y Guatemala, Honduras permanece como el país más retrasado de esta región en material social, cultural y política. Sin una revolución que haya enseñado el contrapeso a las elites, la población está sometida al analfabetismo, al empobrecimiento económico y a la estupidización de su espíritu por modelos religiosos gritones asociados a los esquemas de fuerza militar, tradicionales, conservadores y violentos.
Sin haber hecho una revolución frente a las brutales desigualdades impuestas por criollos, salvajes políticos de montoneras en los años 20 al 40, de dictadores y golpistas militares en los 50 y 70 ni frente a los corruptos vende patria de los 80, 90 y 2000, Honduras hoy pareciera resignada a producir y vender drogas al mundo entero. Un destino injusto, terrible, inaceptable.
El paso por todas esas etapas tenebrosas hasta llegar al momento actual ha representado la pérdida de los valores soberanos y está llevando actualmente el país a la pérdida física de su territorio, empujado hacia un modelo pirata de separatismo impulsado por las mafias internacionales asociadas con pulperos locales.
Las consecuencias en materia de derechos humanos en cada una de esas épocas cíclicas han sido enormes. El recuento de torturas, persecuciones penales, destierros, exilios y asesinatos políticos es un saldo muy elevado, imposible de olvidar, particularmente desde el momento que las fuerzas armadas entran en asocio con los caciques políticos.
El recuento ético de los 200 años de vida de la república libre, soberana e independiente, como dice el óvalo del escudo nacional, es una lista de dolores profundos que tendrán que sanar del modo que sea en los próximos 200 años al menos.
El general Morazán dejó a las juventudes el gran desafío de asumir esos retos, de encontrar las soluciones por encima del caos y de la anarquía que generaron los Carrera, los Aycinenas y los otros sátrapas del patio, que no podían mirar más allá de sus ambiciones individuales y familiares. Ese llamado de excitación política sigue vigente.
Una prueba de esa vigencia está en los pueblos originarios y en los cimarrones que constituían la soldadesca morazánica, ellos han resistido todas las desigualdades, discriminaciones y opresiones desde entonces, y están vivos entre nosotros.
Las raíces de las culturas precolombinas no son un paisaje pictórico ni una danza folklórica, son los maya-chortís, el pueblo lenca de Sicumba y Berta Cáceres, el pueblo tolupan de Yoro y Francisco Morazán, los misquitos, tawahkas y garífunas de Barauda y Satuyé. Están vivos entre nosotros, y guardan los saberes de ancestros y nahuales.
Los 200 años de este 15 de septiembre reviven, igualmente, los héroes y heroínas desaparecidos por el Estado entre 1970 y 2021, hombres y mujeres que combatieron contra la militarización del territorio por la CIA y el Pentágono, para sabotear los procesos revolucionarios de Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Esa deuda pesa en la historia nacional.
Por todo ello, nosotras vamos a cerrar los oídos a los discursos turísticos que están llegando a propósito del bicentenario y vamos a rechazar esas líneas mediáticas que deslizan la historia hacia las bellezas económicas neoliberales y hacia los avances capitalistas del siglo, que venden una paja de consumo electoral.
Esta noche vamos a concluir la referencia al 200 aniversario del país herido con los versos cortantes del poeta Rigoberto Paredes, quien invita a Morazán a bajarse de ese caballo de metal instalado en el parque central de Tegucigalpa.
Al héroe
para empezar
digamos que no luces tan bien en esa estatua
y da lástima verte a sol y agua
espada en mano
guerreando contra nadie
sitiado por la oscura maleza del vacío
tanta vuelta y revuelta
sudorosas distancias batalladas
todo el tiempo ganado en esos años
¿tan sólo para el manso latido de este bronce?
la realidad
(tu más cierto homenaje)
sobrevive
debajo de las patas de tu potro fantástico
bájate
descabalga esas alturas
dale historia y quehaceres a tu espada.
Buenas noches
Editorial Voces contra El Olvido, sábado 11 de septiembre de 2021