HONDURAS PONIENDO LA MEJILLA OTRA VEZ

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Los testimonios de trabajadores migrantes deportados, víctimas de la cacería policial en Estados Unidos, golpean el rostro de una Honduras abierta a la miserable política exterior estadounidense.

“Me agarraron saliendo de mi trabajo el 27 de enero. Nos llevaron a cuatro cárceles diferentes donde nos hicieron unas revisiones que no, no, no … nos desnudaron, nos humillaron. Tengo mucho temor, porque mis hijos están allá”.

Esto es general. En el caso de las personas migrantes de Brasil y Ecuador pudimos ver las imágenes en televisión, todo el mundo las vio, encadenados de pies y manos, humillados del mismo modo que la DEA sacó a su JOH desde Tegucigalpa en abril de 2022.

El gobierno de Honduras con firmeza ha tenido que negociar con Estados Unidos al menos la concesión de no exhibir a ninguna persona deportada con grilletes, esposas ni cadenas antes de abordar los aviones militares del pentágono, y quitar de sus cuerpos esa humillación al entrar al espacio aéreo de Honduras.

Aunque no sea así para las 10 familias desnacionalizadas, éstos días son duros para la Honduras profunda. Nos recuerdan el pasado reciente, el mismo que dio vida al Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras, el Cofadeh.

En 1980, Roberto Suazo Córdova, la APROH, la cúpula de las Fuerzas Armadas, el COHEP y la jerarquía católica bendijeron la ocupación militar de Honduras. El Pentágono llenó de bases, aviones, armas y marines las cuatro esquinas de este país.

A cambio de una cifra de dólares sangrantes que terminaron en chafas panzones, políticos cipayos y empresarios malinches, se consumó la invasión de Honduras por la escoria militar de la guerra fría comandada por el embajador gringo John Demetrio Negroponte.

Más de 350 mil hondureños y hondureñas se vieron forzados a irse del país, porque sus cafetales, sus zacateras y labranzas fueron sembradas de minas en las fronteras.

Entre 1990 y el 2000, Honduras fue obligada nuevamente a prostituirse como laboratorio experimental del Consenso de Washington. El FMI, el BID y el Banco Mundial impusieron un modelo basura que llamaron Ajuste Estructural de la Economía, que aumentó la concentración de la riqueza de un plumazo.

El resultado de aquella perversidad multiplicó los bancos en Honduras, aumentó la desigualdad, pasaron de 3 a 26 bancos a nivel nacional, y a los empobrecidos los empujaron al 80 por ciento debajo de la línea.

En aquellos años, rematados con el huracán Mitch en 1998, la población se vio obligada a huir hacia el país que le causaba sus problemas, más de 700 mil personas se fueron a Estados Unidos muchas dejando su carne en el camino.

Enseguida vino en 2009 el otro zarpazo del Pentágono, el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, contra el pueblo hondureño abriéndose a la integración latinoamericana. El golpe de los Clinton, los Obama, los Ford y los republicanos trajo la profundización del modelo narco, violento, corrupto, neoliberal libertariano, ladrón de elecciones y rompedor de constituciones.

Aquél semejante experimento de expoliación de los recursos naturales y del buen nombre de Honduras, bendecido por carteles evangélicos, católicos y empresariales unidos con Romeo, produjo la otra ola gigante de migración forzada hacia Estados Unidos.

En caravanas de hasta 50 mil personas que partían desde Honduras atravesando Guatemala y México, defendiéndose en racimo de los Zetas y otros salvajes, llegaron a pulso hasta el territorio gringo.

Las cifras actuales indican que, en ese país causante de las violencias, patrocinador del narcotráfico, juez fáctico del mundo que impone embargos a la libertad de los pueblos; en ese reino fatal de los opioides, reino de los supremacistas que hacen limpieza étnica, ahí mismo viven y trabajan un millón 800 mil hondureños y hondureñas. Otros 500 mil katrachos se fueron a la vieja Europa colonizadora.

La invasión la provocaron ellos con su política exterior. Pero nunca lo aceptarán. Tampoco nosotros aceptaremos la expulsión de nuestros paisanos y paisanas como si fueran delincuentes. Migrar es un derecho humano.

La presente limpieza étnica contra la población de origen latinoamericano y caribeño en Estados Unidos es otra versión del apartheid, del genocidio racial, una nueva manifestación del nazismo que resurge entre una sociedad decadente, perdida en el consumo de drogas pesadas, armada, violenta, odiante y zombie.

Ante una amenaza gigante como esa, Honduras en tanto que líder regional con una presidenta bien posicionada en la dignidad y en la unidad latinoamericana, debe continuar insistiendo hasta romper los disensos.

No es posible que los proyectos de Bolívar y Morazán queden disueltos en estos momentos de perturbación por el declive de un imperio que no sabe más que con la fuerza enfrentar el viraje del nuevo mundo multipolar que avanza.

Los presentes son días de unidad nacional. Es el tiempo de repetir que migrar es un derecho humano y que ningún país, en atención a sus normas y leyes migratorias, está facultado para humillar a nadie por carecer de documentos o presumir su personalidad criminal.

Nos gusta la frase del presidente de la Cámara de Comercio de Cortés difundida ayer mientras llegaban a San Pedro Sula centenares de compatriotas deportados. “La crisis nos mueve, nos obliga a pensar en las soluciones y en las opciones para convertir cada acción en bendición de todos».

Si las bendiciones no son suficientes entonces que Honduras considere, igualmente, la reciprocidad. Expulsar de nuestro territorio a los agentes extranjeros que gerencian el narcotráfico, el crimen organizado, la trata de personas con fines de explotación sexual, productores de pornografía infantil e invasores operadores de la pedofilia.

Si el gobierno no pudiera, por alguna razón mayor, aplicar la reciprocidad al trumpismo. Entonces, que sea en última instancia la movilización popular que desempolve las banderas de Visitación Padilla, Froylán Turcios y Berta Cáceres. Y ahí nos veremos en la avenida la Paz y en Comayagua.

Buenas noches

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