“Me declaro sobreviviente de la muerte para servir a la vida”

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Tomado de www.hegoa.ehu.eus

Co-fundadora del Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras COFADEH (1982); Co-fundadora del Comité por la Libre Expresión C-LIBRE (2001); Co-fundadora del Bloque Popular (1994); Co-fundadora del Frente Nacional de Resistencia Popular FNRP (2009); integrante de los espacios de trabajo y alianzas:  Coalición Contra la Impunidad CCI desde 2010, Convergencia Contra el Continuismo CCC desde 2017 y, del Comité pro Liberación de los Presos Políticos desde 2018. Es actualmente la Coordinadora General de la Junta Directiva del COFADEH.

He permanecido viva con la misión de parir a mi hijo Tomás Alberto, continuar la lucha de Tomás Nativí, que fue la lucha de Adán y es de Bertha Marcela, y procurar verdad, justicia y memoria histórica para Honduras.

Mis raíces, las olivas del campo, mis duelos

Soy Bertha Otilia Oliva Guifarro y nací el 7 de marzo de 1956, en el Caserío de Toro Muerto, municipio de San Esteban, departamento de Olancho en Honduras. Entre el bullicio de los pájaros, rodeada siempre de animales domésticos y en un ambiente de mujeres y hombres entierrados por la agricultura, el cuidado de vacas y caballos. Ahí crecí en el seno de una numerosa familia de ocho hermanas y ocho hermanos nacidos de José Transito Oliva (mi padre ya fallecido) y Agripina Guifarro Paz. De ese racimo de seres únicos sobrevivimos cinco mujeres y cuatro varones. Puedo afirmar que viví una niñez plácida en aquella inmensa llanura de montes y pastizales donde jugábamos rondas tradicionales, contábamos leyendas de seres imaginarios, bañándonos lanzándonos a las aguas del río, cabalgando caballos y arriando las vacas. Hice la primaria en San Esteban, luego pase a Juticalpa, la cabecera del departamento, donde curse dos años de mi ciclo común de cultura general el cual finalice en Tegucigalpa, capital de la República de Honduras. En esa primera infancia y adolescencia, aprendimos de nuestros padres, los valores humanos esenciales que han guiado nuestra vida: el respeto a la palabra, practicar la verdad, la tolerancia a las diferencias, defender la justicia, no tomar lo que no es nuestro, y poner la formación al centro de nuestras vidas. Estábamos obligadas a demostrar la honestidad, la lealtad, la generosidad, la solidaridad, la compasión y el amor hacia las demás personas y entre nosotras mismas, para demostrar que los valores de la escuela y la familia pasaban por nuestras vidas.  Con este equipaje persuadí a mis padre y madre, que me dieran la oportunidad de continuar en Tegucigalpa, y estudiar Comercio y Contaduría Pública, porque yo quería ser perito contable. Así, con sacrificios, ellos compraron una pequeña casa en la colonia El Hogar en Tegucigalpa y que administraba mi hermana mayor, Yolanda. Sin embargo, esa decisión de ir a la capital, me llevó a una cadena de nuevos hechos que marcarían mi existencia hasta nuestros días: el choque frontal que supone la ruralidad frente a la ciudad, pasé a la tristeza, la soledad, el trabajo, al amor clandestino, a la conciencia social y política, al duelo de perder al hombre amado. A la búsqueda incesante.

El paso de la nueva conciencia a la acción

Una vez que cumplí mi sueño de convertirme en perito mercantil cuya formación empecé en el Colegio Central Vicente Cáceres, y finalicé en el Colegio Luis Andrés Zúñiga, nació inmediatamente otro sueño, ser periodista. Así comencé la carrera en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras UNAH, a la vez que trabajaba en el Instituto Hondureño de Desarrollo Rural (IHDER), sin embargo no pude terminar la Universidad. En 1974 conocí a Tomás Nativí, que empezó como un buen vecino apoyándome con las tareas, luego compartía su método de análisis de la política nacional y la geopolítica global, y al final su docencia hizo que mi conciencia estallara y me condujera al activismo militante. Tomás militaba en el Partido Comunista de Honduras PCH, pero nunca me convocó a formar parte de esa organización. En 1980, él rompió con el PCH y luego cofundó una nueva organización política-militar, la Unión Revolucionaria del Pueblo URP, integrada por hombres y mujeres que poco a poco fui conociendo durante el camino. Yo comencé a comprender la evolución del pensamiento y el accionar de Tomás, pero no tenía una idea precisa de las consecuencias del debate interno de una organización como el PCH, porque no militaba en ninguna organización o institución política de izquierda. A partir de ese momento de ruptura, Tomás se constituyó en un maestro de estrategia y yo empecé a comprometerme en serio con el movimiento estudiantil de secundaria y en la UNAH, aunque sin ninguna militancia partidaria. Ésta década fue crucial en mi vida, porque aprendí a relacionar la lógica política de los acontecimientos, y eso me llevó a una mayor conciencia. Empecé, igualmente, a sentirme clandestina de mi propia familia, que por supuesto no acompañaba mi decisión.

Boda, tortura, embarazo y desaparición forzada de Tomás

En diciembre de 1980, Tomás me invitó a una reunión discreta en el parque La Concordia que está ubicado casi sobre el borde del río Choluteca, al nor-este de la ciudad, donde hablamos del país, de la vida y de nosotros. Luego él tomó mis manos entre las suyas y así comenzó una relación amorosa intensa pero clandestina, que nos llevaría mano en mano tras el sueño de liberar a Honduras de la ocupación militar estadounidense y de la “neo colonización” de las élites políticas locales. No imaginé que algo así, tan hermoso, duraría tan poco tiempo. El 23 de diciembre de aquél año, mientras yo cumplía la misión de coordinar el traslado de un grupo de compañeros del norte al sur y otros del sur al norte, recibí su primera llamada de confirmación a las 10:00 de la mañana tal y como lo habíamos acordado, pero se interrumpió sin explicación, y a las 12:00 del mediodía no se produjo la segunda llamada convenida. La inteligencia militar lo había detenido. Junto a su hermana y otros compañeros empezamos a buscarlo durante la madrugada y todo el día 24 de diciembre, pero yo jamás supuse que iba a descubrir la magnitud de la maldad humana infringida por el propio Estado contra un ciudadano opositor que era un ser humano bueno, justo, éticamente coherente con la vida, leal a su país y profundo en la concepción de la humanidad. Los hechos brutales me pusieron frente a una realidad que me golpeó hasta herirme al punto de no haber podido sanar aún. En realidad me costó demasiado comprender el poder que tenían las críticas de Tomás respecto al papel entreguista de las Fuerzas Armadas de Honduras dentro de la estrategia invasiva de Estados Unidos contra Centroamérica en aquella coyuntura insurreccional generalizada. El 25 de diciembre ya no había lugar para dudar. En medio de la navidad cristiana, el cuerpo inconsciente de Tomás fue lanzado hacia un abismo a la orilla de la carretera hacia Olancho a la altura del kilómetro 5, fuera de Tegucigalpa. Sus torturadores lo asumieron muerto, pero él recuperó el conocimiento horas después y en la penumbra se arrastró hasta subir a la carretera donde pedía auxilio sin éxito con su mano levantada y el cuerpo abandonado a sí mismo, hasta que finalmente un taxista lo reconoció y lo auxilió, trasladándolo a una dirección que él le proporcionó. Yo llegué en la misma madrugada de ese día a ese lugar para cuidarlo, y al verlo sentí indignación por el desprecio a la vida humana por parte del Estado. Tomás estaba irreconocible: sus pómulos hinchados por los golpes, lacerado con quemaduras en todo el cuerpo, tres costillas del lado izquierdo y dos del lado derecho fracturadas, también una mano, y el hígado intoxicado… casi sin poder hablar. A partir de ese momento me dediqué a curarlo y a vigilar su convalecencia sin conocimientos previos de primeros auxilios, pero por la necesidad aprendí a inyectar, a suturar y a usar sustancias asépticas sobre sus heridas.

Mi compromiso aumentaba a gran velocidad y mi admiración por ese luchador, también. En ese mismo momento la URP me conminó a asumir la clandestinidad. No podía entrar en contacto con ninguna persona desconocida. Yo acepté esa condición y acepté también cumplir otras tareas a favor de aquel incipiente proceso revolucionario que comenzaba a gestarse pero cuyos liderazgos fueron entregados más tarde, por personas traidoras agentes del régimen militar que habían penetrado la organización. Al lado de aquel cuerpo de Tomás semi destruido por las bestias humanas deformadas por los militares de Estados Unidos, comencé a amar de otra manera, de un modo integral porque yo estaba frente a un espíritu invencible, un hombre de verdad. El amor profundo, mezclado con admiración y respeto, me hizo parte de sus propias luchas y así comenzó un nuevo proceso que también me puso a mí en paralelo al orden establecido, a mi propia familia y a las estructuras criminales del poder.

En medio de aquella maduración de mis pensamientos y emociones decidimos acordar la boda, que no era una meta ni un sueño, sino una formalidad. Los compañeros de la URP organizaron la boda civil clandestina en una comunidad del sur del país hasta donde me trasladó el compañero Félix Martínez, presidente del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Ahí estaban los nueve amigos íntimos de Tomás, que devenían también mis amigos. Todos pensábamos que los novios teníamos derecho a una noche de miel normal y nos disponíamos a partir el pastel de boda cuando dos compañeros llegaron de prisa a comunicar que debíamos trasladar a Tomás hacia otro lugar por razones de inseguridad. La alegría de esta joven enamorada se frustró por la persecución de la que era víctima -en ese momento- ya mi esposo. Regresé a casa a esperar ansiosa la comunicación que había llegado bien a su nuevo destino clandestino. Y empezamos a vivir juntos mezclando el amor con las tareas políticas, comprometidos con el ideal de construir una Honduras justa pese a la estructura política empeñada en mantener y profundizar la desigualdad, sabiendo que delante de nosotros teníamos una maquinaria militar de terror que podía torturarnos, desprestigiarnos para odiarnos y destruirnos con radios, televisoras y periódicos. En aquellos días y semanas renunciamos a las cosas que amábamos y que todo el mundo ama, como ir libres al aire libre, al cine, a cenar en lugares agradables o tomar vacaciones en lugares de descanso. La disciplina era lo primero, pues los riesgos eran muy grandes. Pero no me arrepiento de haber asumido este camino. Para entonces, como he dicho antes, trabajaba con el IHDER, que me permitía estar en contacto con la problemática del agro hondureño necesitado de tierras e insumos y de solidaridad popular. Era una situación que me golpeaba en la cara, pues yo provengo de una familia que hizo de la labranza de la tierra su patrimonio y de su propiedad un capital. Pero entendía que desde la lucha de clase debía contribuir a transformar la sociedad que me tocaba vivir.

En junio de 1981 quedé embarazada y, entonces tuve que enfrentar los valores tradicionales de mi familia que amaba y respetaba, pero que debía mantener al margen de mis decisiones radicales. Todavía no sabían sobre mi nueva vida de casada, revolucionaria, embarazada, comprometida en la lucha popular, pero igual se enteraron y yo misma se los confirmé. Había dejado la casa familiar por seguridad y pasado a la clandestinidad no por terquedad, sino para poder minimizar los riesgos y alcanzar las nuevas utopías. Pero el 11 de junio estábamos en casa de mis padres en la Colonia El Hogar. Ese día les dijimos la verdad y ese día pasó lo peor. Una mujer traidora que había logrado la confianza del grupo núcleo, convocó a la dirigencia de la URP a una reunión secreta en esta casa, y que se haría por la noche. Llegaron Tomás y Fidel Martínez. Aquí pasaron los momentos más desgarradores que recuerdo, con mucho dolor y que marcan mi vida para siempre.

Hace pocos años, el periódico La Tribuna me entrevistó sobre ese hecho, y respondí las preguntas de este modo:

“Luego que yo me casé cambió mi vida para siempre…

¿Con Tomás Nativí? Sí. Fue una boda en la clandestinidad. Ni mis padres ni mis hermanos supieron nada.

¿Tan peligroso era revelar la identidad del flamante esposo? Era justo por el peligro.

¿Por qué se fijó en él sabiendo que era un peligro? Es que para mí no era un peligro. Que me enseñara el camino de la justicia no era peligro.

¿Dónde lo conoció? Éramos vecinos del Hogar. Tomás era un hijo de Honduras y si el país estuviera en otros tiempos sería un héroe contemporáneo por su entrega para la causa social.

¿Cuándo se dieron cuentas sus padres? Fue muy fuerte porque se dieron cuenta el mismo día que a él lo desaparecieron, el 11 de junio de 1981, justo el Día del Estudiante.

¿Tenían hijos? Yo estaba embarazada de mi hijo Tomás Alberto pero todavía vivía en la casa de El Hogar, y por eso mis papás se enteraron.

¿Se acuerda cómo fue? Fue una trampa. Estábamos en la casa con Fidel Martínez y una mujer. Yo estoy convencida que a Tomás y a Fidel los entregaron.

¿Delataron el lugar? No. Fue un plan, Tomás vivía en la clandestinidad, Fidel, también, les dijeron que había urgencia de esa reunión en mi casa y llegaron.

¿Vive el soplón? Por salud mental, le he perdido la pista, no sé si vive o murió.

¿Pero sí supo quién fue? Sí, fue la mujer que estaba con nosotros esa noche. Ella fue parte del plan de los escuadrones de la muerte a cargo de los militares.

¿Vio a los captores? Sí, entraron con capuchas, no como se estila ahora, eran blancas.

¿La maltrataron? Bueno, como le quité la capucha a uno de ellos, me dieron un golpe, cuando cobré sentido me estaban atando mis manos y mis pies y me vendaron los ojos y la boca.

¿A Fidel y la otra mujer se los llevaron? A ella, no. A Fidel lo mataron en el acto. Estoy segura que así fue por los disparos con silenciador, el grito de él, la cantidad de sangre que quedó y yo pude ver cuando cargaron su cuerpo. No creo que iba vivo.

¿Tomás sí iba vivo? A Tomás lo sacaron vivo, pero nunca más lo volví a ver.

¿Qué hora era? Las 3:21 de la madrugada. Lo recuerdo bien.

¿Irrumpieron en la casa? No, ni usaron nada para forzar la entrada, solo abrieron la puerta, se suponía que estaba con doble llavín y cadenas, eso indica que la mujer les abrió la puerta.

¿Qué hizo después? No fue fácil, la casa estaba rodeada por militares vestidos de civil, helicópteros sobrevolaban la casa.

¿Quiénes llegaron a su casa? Los compañeros de él, un sobrino de él que era militar y tuvo represalias por ello, y los periodistas, entre ellos el amigo Noé Leiva, que trabajaba para diario Tiempo.

¿Dónde tiraron el cuerpo de Tomás? No sé. Se me ha acercado gente a decirme que fue aquí y allá, he creído que en algunos lugares tiraron su cuerpo, pero no quiero ser tomada del pelo”. (La Tribuna, 26 de enero, 2019)

Recelosa, dura pero comprometida, nace Tomás hijo en la lucha

Lo que ocurrió aquella madrugada de junio de 1981, me convirtió en una persona recelosa y precavida pero no menos comprometida con la defensa de la vida. Me propusieron el exilio para parir a mi hijo en ambiente de seguridad, pero me negué rotundamente. Tomé la decisión definitiva de luchar en Honduras, por la democracia, la libertad y la justicia, y no callar a pesar de conocer la verdadera esencia de las estructuras de terror y a los protagonistas de los escuadrones de la muerte y su modus operandi contra la oposición. Me quedé para enfrentar hasta nuestros días este mismo proyecto global de Estados Unidos, que ha tenido entre nosotros a diferentes emisarios desde el siniestro John Dimitri Negroponte que corrompió a los militares locales y envenenó a la élite política, pasando por otros terribles embajadores que impusieron las políticas del FMI e importaron la DEA y la CIA para dar el golpe de Estado en 2009 y afianzar su modelo de crimen organizado actual.

Después de la desaparición definitiva de Tomás me dediqué a buscarlo al lado de otras mujeres, madres, abuelas, hijas y amigos de otras decenas de hombres y mujeres que sufrían el mismo dolor. Eran tiempos terribles de un país con muchos ejércitos en medio de la gente: el ejército local sirviente del otro ejército de ocupación, los marines de Estados Unidos en 17 bases a nivel nacional, más la zona de entrenamiento regional de Caibiles y Atlacats de Guatemala y El Salvador en la zona Norte, más la “Contra” antisandinista en la zona sur y oriental de Honduras, y los Escuadrones de la Muerte por todas partes. El objetivo era desestabilizar los proyectos sociales de otras naciones centroamericanas y triturar la resistencia hondureña. Me sentía pisoteada y triste de ir de aquí para allá con mi pequeño Tomás en la panza y su padre en mi corazón, pero decidí no callar ante el sufrimiento colectivo de la población hondureña. Me prometí a mí misma no caer jamás en la indiferencia y darlo todo por el amor a nuestras ancestras y próceres sociales como Tomás. En ese contexto nació mi hijo en 1981.

Quiero en este punto volver a retomar la entrevista de La Tribuna en enero 2019 para continuar el relato a dos voces:

¿Qué fue de su vida después? A partir de ese 11 de junio de 1981 mi vida cambió. Tomé decisiones por lo último que me dijo Tomás después de los disparos: “Ábrales, tal vez la dejan con vida para que pueda seguir la lucha”.

¿Pensó algún momento desistir? Tenía dos opciones: me quedaba llena de terror o recogía su legado libertario y opté por lo segundo.

¿Cómo fue el inicio? Me encontré con mujeres que lloraban por lo mismo: madres, hermanos, hijos, a quienes les habían desaparecido un pariente.

¿Es feliz? Plenamente, y lo digo porque a mi edad no he cometido delito alguno, por el contrario, he contribuido para que no haya más desparecidos.

En el plano sentimental ¿quedó enamorada de Nativí o se volvió a enamorar? Mire, es muy fácil la pregunta, pero muy difícil la respuesta. Tomás es alguien que lo atesoro porque me enseñó el camino libertario, es mi ídolo.

Ahora que han pasado tantos años ¿Puede decir quién fue la mujer delatora? No vale pena, que se ahogue con su pecado y su delito. Y si el sistema de investigación funcionara, estuviera presa ella y la estructura de terror y odio que imperó en el país para desaparecer gente.

¿Cómo nace el COFADEH? Soy parte de las 12 familias fundadoras, lideradas por Zenaida Velásquez, hermana de Manfredo Velásquez, uno de los desaparecidos, y doña Liduvina Hernández, presidenta vitalicia del COFADEH.

¿Por qué nunca se quitó el apellido Nativí? Por formación política, si a Tomás no me lo hubieran desaparecido, jamás hubiera cambiado mi apellido Oliva, pero como el Nativí tenía más peso, por eso me acompañó, para tenerlo en mi recuerdo.

¿Rehízo su vida sentimental? Reorienté mi vida. Era una mujer joven y encontré en mi vida a otro hombre, igual o similar a Tomás, que fue Adán Palacios Irachez.

¿Tenían los mismos ideales? Adán no era un revolucionario pero un demócrata, un pensador social, un obrero de la democracia. De manos limpias, como Tomás.

¿Los extraña por igual? Mucho. Fueron mis compañeros, me ayudaron a valorar la vida en la dimensión de la palabra y a hacerme valiente y fuerte. Y lo mejor de todo es que cada uno me dejó un tesoro: mi hijo, Tomás Alberto y mi hija, Berta Marcela.

El informe de Leo Valladares dice que fueron 184 desparecidos ¿Son las mismas cuentas del COFADEH? Fueron más de 500 desaparecidos, pero las familias callaron por el terror de Estado que se impuso. Solo en la columna del padre Guadalupe Carney desaparecieron a más de cien personas.

¿Cómo desaparecían a la gente? Una vez capturados, los torturaban hasta matarlos para sacarles información. A otros los tiraron de helicópteros en la selva o en el mar. Y hasta en lagunas de cocodrilos.

¿A usted la quisieron matar? Me hicieron de todo. No solo se mata físicamente, se mata moralmente, con guerras mediáticas. Vivo porque creo que los ancestros me protegen, simplemente, ese día del secuestro de Tomás me dejaron con vida de milagro. Aquí en esta oficina me han querido matar.

¿Cuál es el legado del COFADEH? Hemos construido memoria histórica. Impulsamos procesos que valen la pena como la lucha contra la destrucción del medio ambiente en Olancho; hemos creado espacios para la libertad de expresión como C-Libre; propuestas de ley en el Congreso como la de Defensores de Comunicadores y Operadores de Justicia, hicimos historia en la CIDH en San José Costa Rica al ser la primera instancia en lograr una condena contra el Estado por desapariciones forzadas en 1987”.

Hacia el cierre siempre abierto

Por supuesto que una entrevista periodística no puede transcribir todo lo que deseamos expresar, pero traza en forma breve eso que el público capta debajo del texto. Antes de retomarla, es relevante agregar que al lado de la lucha del COFADEH bajo la reclamación “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” también contribuía desde adentro con el trabajo del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras (CODEH) donde me reencontré con extraordinarios seres humanos como el compañero Oscar Aníbal Puerto que había conocido en el IHDER y conocí un equipo de jóvenes extraordinarios que a partir de 1990 nos juntamos a la gran familia de las víctimas de la desaparición forzada, y permanecemos juntos en la lucha hasta la fecha de entrega de este testimonio. El compañero Adán Palacios en cuya sede partidaria, la Democracia Cristiana, iniciamos las primeras reuniones del COFADEH en 1981 estuvo siempre (hasta el día de su deceso en 2016) pendiente de nuestra lucha, apoyando en lo que podía, y sin duda su mayor obra durante aquellos años y los posteriores fue cuidar de mi hijo Tomás Alberto y ser su referencia como también de Bertha Marcela, hijos de mi lucha, hijos de la lucha de Tomás y de la suya también. En estos años de reclamación yo aprendí a incidir en decisiones políticas y a comunicar, a vencer mis viejos miedos a la palabra en público y a confiar en otras personas, en las que no traicionan, y a reconocer en otras los peligros de eso que ya sufrí demasiado en mi vida joven.

Desde 2009 con el golpe de Estado, las fuerzas del bipartidismo político en nueva alianza con militares, crimen organizado y carteles transnacionales, quieren destruir toda oposición del pueblo de Honduras y tratan de robarnos la esperanza, y eso sólo podemos enfrentarlo con verdad y justicia, valores y derechos que buscamos desde nuestro trabajo cotidiano en la sede, en nuestro Hogar contra el Olvido, la radio, las redes sociales, la CIDH, los foros de Europa y Norteamérica, todos los días, hasta el último día. Y es cierto que los responsables de la desaparición de Manfredo Velásquez y de Saúl Godínez condenados en la CIDH en 1987 y 1985 no fueron sancionados internamente, pero su estructura criminal fue exhibida y su responsabilidad penal no prescribirá hasta que se mueran. Mientras, nosotras asistimos cada primer viernes de cada mes a la Plaza La Merced a recordárselos. Y lo seguiremos haciendo como hace 39 años.

Quiero terminar mi testimonio, volviendo a las últimas preguntas de la entrevista del periódico La Tribuna en enero 2019. Esas reflexiones desean seguir abiertas, pues mi vida es así, abierta, en escrutinio permanente, en ruta hacia otras respuestas del porvenir.

¿Cree que existan los escuadrones de la muerte? Siguen impunes, nadie fue a la cárcel, porque la figura de los desaparecidos no existía en la legislación penal interna.

¿No es paranoia suya? No, no, no, yo no soy paranoica porque no le temo a la muerte. Después del informe de Leo Valladares se habló de borrón y cuenta nueva con los desaparecidos. El COFADEH ha declarado ni olvido ni perdón porque los responsables siguen ahí, ocupando espacios, dando cátedras de seguridad en los medios. Y lo peor es que el sistema de justicia sigue permitiendo que sigan ofendiendo a las víctimas y a sus familiares.

¿No cree que sean otros tiempos sobre derechos humanos? Nada ha cambiado en el tema de derechos humanos, cuando los culpables de los desaparecidos no le tengan miedo enfrentar la justicia por sus delitos y no manipular los crímenes, Honduras habrá cambiado.

Los detractores del COFADEH dicen que solo sirve para recibir dólares y euros porque ya no hay desaparecidos, ¿qué les responde? ¿Cómo que no hay desaparecidos? Ahorita tengo tres víctimas en mi oficina. Me siento fracasada porque trabajamos para que nunca más haya desapariciones forzadas en los hogares hondureños, pero ahora hay más porque no se sancionó y no se castigó a nadie. Las estructuras criminales siguen vivas, pero le voy a decir algo: Yo no estoy cansada.

¿Piensa retirarse? Para nada, y no es porque recibo dólares, como dicen, yo no soy ambiciosa del dinero. Los desaparecidos me dan fuerza y no nos van amansar.

¿Cómo la trataron los políticos para abordar estos temas? Con unos me reuní y con otros debatí. Y me he dado a la tarea de conocerlos a todos y sé qué político es puerco y quién no. Sé cómo operan y hasta dónde pueden llegar. Y no lo digo para chantajear, porque la información que tengo es para reorientar nuestro quehacer.

¿Su lucha es ideológica? Nunca hemos cambiado nuestros objetivos, pero cuando se trata de derechos humanos no me interesa quién es, me interesa ayudarle como persona.

¿Los presidentes la trataron bien? Con todos me reuní, menos con Callejas porque fue uno de los principales actores de la AHPRO.

Como “Pepe” Lobo y “Mel” Zelaya son olanchanos ¿A quién conoce mejor? Conocí la familia de “Mel” Zelaya, pero sin ninguna relación. Con “Pepe” Lobo tuve más proximidad porque fue profesor del colegio La Fraternidad cuando yo estudiaba en Juticalpa.

Y una vez en el poder ¿Con quién se relacionó mejor? Con “Mel” Zelaya, porque en su gabinete había varios funcionarios con quienes teníamos relación desde hace muchos años por el tema de derechos humanos como Milton Jiménez, Enrique Flores Lanza y Edmundo Orellana, por decir algunos.

¿Tiene partido político? No. Voto porque es un deber y un derecho ciudadano. Voto por personas no por partido.

¿Cómo están los derechos de las mujeres hondureños hoy en día? Hay mucho por hacer para evitar la tragedia actual: No solo es exclusión social sino un número alto de mujeres asesinadas.

Por ser “perfiles” del COFADEH, ¿logró hablar alguna vez con Discua Elvir, Hung Pacheco y Billy Joya? Usted es cruel. Con Hung Pachecho nunca hablé y a Discua Elvir le hablé en la CIDDH cuando se presentó y ahí admitió la responsabilidad del asesinato de Juan Humberto Sánchez.

¿Y con Billy Joya? Con el escuadronero de la muerte Billy Joya nunca hablé, ni quiero.